Crónica de un Movimiento de Mujeres - I Parte
Hay historias
que son contadas porque vale la pena saberlas, y porque en el ejercicio de la
escritura también se abren ventanas perceptivas que dejan entran pequeñas luces
para la vida de quien la cuenta. Para que perduren, las historias nos deben
conmover, sean cortas o largas, verosímiles o no, ellas tienen la capacidad de
colocarnos en un lugar vivo, para existir con el recuerdo; así es que nos
convertimos en presente con la memoria, de ella tomamos palabras para ponerle
nombre a las pasiones, a las rabias, a los amores. Esta que les contaré abre su
boca para abarcar varios tiempos, varias dimensiones del relato, habla de tiempos
de vida individual, de tiempos históricos continentales, de tiempos narrativos
del testimonio, tiempos indescifrables, oceánicos casi, tanto como el alma de
una mujer.
Confieso que
tuve que sentarme a ver cómo corría un agua milenaria por debajo de mis pies,
mojé mis manos, las sumergí un poco, y sobre todo escuché. He dejado que el
agua resuene en mi cuerpo para que me diga algo, he descubierto que esas voces
líquidas que han surcado la tierra para abrir camino las he llevado conmigo en
silencio, me han acompañado siempre, esperando que un día empezara a entender
los códigos de las mareas altas, y los pechos desnudos de las ancianas.
Más justamente
definida esta es la historia de un grupo de mujeres, cada una de ellas es una
oralidad vivificante, paisajes enteros las habitan, amplios campos subjetivos,
debe ser por eso que decidieron un día llamarse en totalidad Mujeres por la vida. Un hilo invisible
me une a ellas, un hilo de sangre y de agua; sobre a todo a dos, una que me dio
la vida, y otra que me la salvó; por eso lo que vendrá es nacido puramente de
la comprensión del amor, de la niña que fui y la mujer que ahora soy, gracias a
ambas puedo decirlo. Me disculpen las cronistas, las sociólogas también. Esta
es una crónica narrada desde el corazón, lo demás lo acompaña.
El silencio era parte
Los noventas
eran años de silencio, después del estallido social del 89, lo que quedó de
cielo fue rentado, y lo que quedó de cuerpo se intentó callar a punta de
asesinato y tortura, todo estaba en
venta para el extranjero, el hambre de un pueblo entero fue la ley que el
neoliberalismo supo imponer en América Latina, los y las venezolanas no nos
escapamos de eso. El detalle que nunca supo entender la clase opresora, es que
esa otra clase ninguneada siguió guardando adentro el fuego del 27 de febrero,
ahí estaba calcinando la premura de organizarse en un desde abajo traducido en
fábricas, en universidades, liceos, vecindarios en voz a cuello. Traducido en
pueblo alzado contra las medidas económicas que llevaron a los pobres a ser
cada día más pobres, y a los ricos a ser los señores absolutos de una guerra
hambreadora y asesina. De esa lucha venía Verónica, y con ella su compañero y
su hija, basta una mirada para entender la altivez con que esa mujer recuerda su
vida.
Después de dar
una vuelta por la feria del libro, en la ciudad de Caracas, nos sentamos a
tomarnos un café, sin azúcar para ella, con leche para mí, así fuimos hablando
de lo cotidiano, de la política nacional, de la casa, de mi padre y de mi
hermano, luego saque el grabador de voz, el REC marcó la diferencia de la que
ahora además de mi madre, era una testimoniante, una de las fundadoras de Mujeres por la Vida. El cómo llegó a
serlo es lo que nos acerca a la razón determinante de la amistad y la
solidaridad como parte fundamental de este Movimiento de mujeres, y de
Verónica.
Impuesta la
guerra del silencio en el país, ella llegó a Barquisimeto, ahí se integró a
diferentes espacios de participación política de izquierda, Mujeres por la Vida no como otros
espacios de militancia, este grupo –cuenta- de algún modo se convirtió en parte
de la familia que hizo por opción, pues en ese tiempo a los y las perseguidas
políticas les tocó reconstruir sus vidas, trasladarse a territorios del cero, y
abrir las puertas necesarias para existir de nuevo. Un
espacio de contención, piensa. Verónica cuenta de ese tiempo con la fuerza
de quien ha mirado de cerca la guerra, de quien valora el trozo de tierra que
pisa, protege a cuerpo entero ese lugar desde donde habla, -si hay memoria no
hay derrota- pasa por mi cabeza. Así llegó a aquella ciudad, así conoció a
Jota, a Ana, a Graciela, y con ellas empezó a encontrarse, a mirarse, a
entenderse en una dinámica distinta a los espacios políticos de los que
Verónica había sido parte antes, donde la mirada de la espiritualidad y la hechura
de ser mujer, mujer pobre, no había tenido el valor que desde entonces no ha
dejado de tener para ella. Quizás me equivoco, pero Verónica en ese tiempo fue
también muy feliz, nosotras, las hijas de esas mujeres también lo fuimos, la
alegría era también parte, la supimos compartir como el pan. Las niñas que
éramos participábamos en las marchas del movimiento cargando las pancartas
“Salud, agua y comida al pobre es prohibida” decían; las calles de La Carucieña
eran las venas de una lucha de pasos pequeños, diarios, que hombres y mujeres
daban para la construcción de una
sociedad distinta, para entonces la esperanza era una cosa que se armaba como magia
del empeño en las cocinas de las casas de estas mujeres mientras hablaban de
sus vidas; del otro lado los hombres hablaban de “política”. Jota lo recuerda y
se ríe, después entendieron que parte de
su militancia pasaba por el reconocimiento de sus historias, por el
acompañamiento paciente y permanente de otras mujeres, por la búsqueda de un
lugar para sentirse libres de llorar, contar, cantar, soñar. La “política”
tenía que también dar cuenta de la vida, la más llana y concreta.
*
Cuando una
habla con Jota, puede reconocer que la sabiduría es esa capacidad de escuchar
el torrente de agua milenaria que un día aparece en medio del tiempo de una
mujer, abarcándolo todo; entonces una tiene dos opciones, o brincas por encima
de la corriente como si fuera un obstáculo, y se te inunda la casa; o te sientas un segundo a ver qué cosas te
dice, a ver qué aprendes. Jota escuchar los códigos de las mareas altas y los
convierte en un lenguaje que toca las fibras más dormidas de nuestra
imaginación. Lo rectifiqué unos días que fui de visita a su casa. Majo, hija de Jota y miembra del Movimiento,
después de nueves meses de cariño y paciencia, había dado a luz a Eva, Jota era
abuela por tercera vez, entonces pasé por allá para conocer a la nueva
irreverencia, a la primera mujer del mundo, y ahora última de mi árbol
familiar, que como madre, hice por opción.
Una de esas
tardes, Jota me habló de su experiencia en Mujeres por la Vida “…en el año 92, en un contexto muy
convulsionado desde el punto de vista político, surgieron muchos intentos de
organizarse desde lo autónomo, desde otra parte que no fueran los partidos
políticos, lo cual en Barquisimeto tenía una amplia tradición. Nos juntamos
hombres y mujeres que veníamos de distintas experiencias, algunos de la parte
cristiana, del trabajo de base comunitaria vecinal, y de la ideología asociada
a la teología de la liberación; ya yo venía de la experiencia de trabajo con
mujeres en el barrio El Trompillo, en la parroquia Unión, donde habíamos
trabajado en un grupo de apoyo a mujeres en situación de violencia
intrafamiliar… Después yo me inserte en el trabajo comunitario acá en esta zona
(La Carucieña), teníamos un trabajo político acá con un colectivo que se
llamaba Solidaridad, de ahí empezamos
a pensar en la posibilidad de organizar un trabajo con mujeres, era eso, no era
organizarnos como mujeres; la visión era de que fuéramos un grupo más que participara
en el espacio político de aquí”.
Darse cuenta
Empezar
a trabajar a partir de la situación de violencia con otras mujeres de esta
comunidad, les permitió darse cuenta de la propia violencia instaurada en sus
vidas, entonces más que un acompañamiento hacia afuera, la necesidad era
construir un lugar de reconocimiento de las situaciones comunes a cada una de
las mujeres que iniciaron esta labor, donde prevaleciera la confianza y la amistad,
“juntarnos nos llevó a descubrirnos como mujeres, que no era nada más trabajar
para hacer la denuncia del neoliberalismo imperante, sino era también empezar a
descubrir nuestras propias opresiones, situaciones, condiciones de vida que
también esa era una lucha; que la lucha no era solamente como pobres sino también
como mujeres que teníamos condiciones específicas de opresión”. Este elemento
es quizá el que diferencia a Mujeres por
la Vida de otros movimientos feministas, a pesar de que en ese momento no
se consideraban como tal, la lucha que estas mujeres asumieron se fue
convirtiendo en el reconocimiento de un sistema de opresión cultural en los
rasgos de la cotidianidad, la dominación no sólo de clase sino también de
género; ese proceso no fue sencillo, cuentan ellas, muchas se fueron, otras se
quedaron, a todas –reconocen- les costó darle valorar al espacio de encuentro
semanal, hacerlo prioridad, asumirlo como propio. La conciencia de la
desigualdad es un disparador para la transformación de la realidad opresora, y
en este caso la realidad era ser mujer pobre en un país capitalista, bajo un
gobierno represivo, en una lógica implantada donde otro –hombre- domina a la
otra –mujer-. La doble condición de opresión empezó a ser llamada por su
nombre, ¿sería al menos un alivio nombrarla?, ¿no lanzarla a un análisis de lo
exterior sino sumarla a una interiorización de la vida misma?
La
cocina de Ana funcionó como recinto, Verónica recuerda que esas reuniones que
hacían primero en la casa de Ana, y que luego turnando en la casa de cada una,
lo más placentero era necesidad de verse, de tocarse, de contarse, es así como
la “agenda” de reunión se daba en un tiempo mucho menor al compartir posterior
alrededor del fuego. Los murales que hizo el movimiento, y que aún resisten a
la lluvia y al sol en las paredes de algunas avenidas de Barquisimeto, reflejan
esa unión, sus colores lo dicen, la profunda convicción de la revolución desde
el sentir, de la solida marejada en que se convirtieron estas mujeres, unas
unidas a otras, de los brazos y de las piernas, una fuerza de estallido y de
flama permanente. La amistad entre
mujeres.
“Empezamos
a encontrar en esa cocina, a construir esa calidez de la amistad, después
hacíamos actividades que tenían que ver con conocernos más, profundizar en
nuestras situaciones personales, en nuestra historia de vida, eso también lo
hicimos siempre en esas primeras etapas, había reuniones que no tenían que ver
con planificar actividades, sino con conocernos nosotras, y con acompañarnos en
nuestras vidas, de ahí fuimos valorando la importancia de la amistad, y sólo
después es que descubrimos que el patriarcado actuaba a través de la
competencia entre mujeres, entonces le empezamos a dar todavía más fuerza
política e ideológica a esto, para nosotras eso era esencial, sin eso no había
mujeres por la vida”
Citan
a la investigadora mexicana, feminista, Marcela Lagarde, dice ella que “para el
patriarcado todas las mujeres somos iguales e indistintas, fácilmente
sustituibles unas por otras, y lo que contrarresta eso es la valoración que nos
damos a nosotras mismas, y en cada una es valiosa y única.” Identificar la
permanente competencia entre mujeres es parte de la lucha contra el
patriarcado, uno de las actividades que Mujeres
por la Vida guarda en fotos y relatos, es la búsqueda de aquellas mujeres
que han formado parte de sus vidas, las más significativas. El agua suena como
nunca, el recuerdo y la mirada de mujer lo ha hecho posible.
Para entonces el
criminalizado “feminismo”
Verónica
y Jota coinciden en que para ese tiempo ellas no se consideraban feministas,
ellas que venían luchas comunitarias, y de grupos más radicales, el feminismo
era un término lejano, reducido a los claustros académicos, a los cafés de la
pequeña burguesía ilustrada; realidades quizá muy distantes a la de mujeres que
hacen la compra para la comida del día con lo que alcance, y organizan la
distribución del agua que traían las cisternas porque la que sale del chorro
era una ilusión de la “ciudad formal”. Sin embargo reconocen los logros que
para entonces se hicieron en términos de protección a las mujeres dentro del
marco legal de la nación, “el feminismo era algo de las mujeres burguesas,
académicas, interesantes, admiradas muchas de ellas porque eran de izquierda,
compañeras que dieron la lucha en el año 83, 84 por la reforma del código civil,
en ese momento había espacio de mujeres que eran de derecha y de izquierda, que
liderizaban reformas constitucionales, generaron la primera ley contra la
violencia hacia la mujer”.
Acompañar y formarse
para acompañar
El
proceso de acompañamiento a mujeres en situación de violencia, estaba
determinado en gran medida por la relación afectiva, personal, no existían para
entonces instrumentos legales para denunciar la situación de una mujer agredida
por su conyugue, el silencio del estado era la condición precisa para el
ejercicio del ciclo de la violencia en total impunidad. “Nosotras empezamos a denunciar esa situación,
y encontrarnos nosotras mismas con esas mujeres en situación de violencia,
apoyarlas, acompañarlas, no había instrumentos legales, no podíamos recurrir a
una fiscalía a hacer una denuncia, era solamente lo que nosotras con ellas
podíamos hacer, acompañarlas en su proceso de crecimiento, para que ellas
fueran progresivamente asumiendo la soberanía sobre su vida”.
Las
mujeres por la vida tuvieron entonces que formarse para acompañar, generar
herramientas, disciplinar la lucha. Cuenta Jota que de los primeros materiales
que llegaron a sus manos fueron unos manuales de organización popular de Centro
América, que eran para el trabajo con las emociones, con un conjunto de
dinámicas para trabajar el miedo, la rabia, la tristeza; era específicamente
para trabajar con mujeres en situación de violencia, eran desde la perspectiva
de la educación popular. Y lo que marcó un antes y un después en el crecimiento
del movimiento fue la llegada María José Commenford al grupo, ella era Ecofeminista,
y sus aportes teóricos fueron de gran importancia, “poco a poco nos fuimos
dando cuenta del nivel de formación que tenía María José, y sin embargo la
humildad tan grande, y el reconocimiento de lo que nosotras éramos, ella
siempre nos valoró muchísimo, y se insertó con nosotras como una más; sólo
después es que ella empieza a introducir todos los elementos que manejaba, pero
fundamentalmente al principio se convirtió en una más, ella fue la que no hizo
conocer el patriarcado y el feminismo desde otra óptica, compartir materiales,
la oportunidad de traer a Ivonne Guevara, la Ecofeminista de latinoamericana
quizás más importante, estuvimos en un taller con ella, después tuvimos la
oportunidad de ir a Chile con el Colectivo
Conspirando, nuestra participación en las Escuelas de Espiritualidad y
Ética Ecofeminista. Eso nos dio la perspectiva feminista, nos empezó a dar un
basamento del trabajo que hacíamos, más visión de cuál era el sistema de
opresión que estaba detrás de todo eso, que nosotras no lo conocíamos, pero en
el principio fue fundamentalmente lo que
venía desde la educación popular para el trabajo con mujeres, eso fue lo que a
nosotras primero nos llegó”.
¿Somos feministas?
-¿Entonces
hay otro feminismo? ¿Hay varios? ¿Cuál es el que se parece a nosotras?, ¿cuál
es el que da respuestas a nuestras búsqueda desde mujeres pobres y
revolucionarias? - preguntas como estas se hacían en medio de las conversas, “
y sólo después de las lecturas, y empezar a generar conversaciones con otras
compañeras, que a lo mejor no tenían la lectura como una parte importante, fue como empezar a ver que esto del feminismo
no era tan alejado de las mujeres pobres, sin necesidad de decir un día -nos
declaramos feministas-, como que nos fue saliendo naturalmente, que éramos
feministas y antipatriarcales y que eso era parte de nuestra vida, nos fuimos
como metiendo en ese mundo y comprender que el feminismo tenía una cantidad de
cosas que aprender que nos daban respuestas a cuestiones de nuestra vida”.
Parte de ese acercamiento con otras feministas, desde la lectura, la
interpretación e interpelación con la propia realidad individual y de clase,
llevó también al cultivo de la espiritualidad, una que permitiera cada vez más
liberar, soltar ataduras de un sistema que por siglos ha condenado a las
mujeres física y espiritualmente. Hermosas escenas de mujeres sentadas en
círculo, tomadas de las manos, en oración diversa, cada quien en la suya, en el
silencio de la contemplación, en la risa de la comunión, en la soltura de la sencillez.
Esas mismas mujeres que fueron condenadas a cuidar de otros y otras, nunca de
sí, miles de años de sueño y paz les debe la humanidad.
Otros tiempos
“Y
claro por supuesto que el presidente Chávez se declarara feminista fue una
ayuda, aunque sabemos que en su práctica no lo era, pero Chávez decía -dónde
hay opresión para yo denunciarla y dónde hay un proyecto de liberación para yo
apoyarlo, y si este proyecto de liberación de ustedes se llama feminismo yo soy
feminista; eso ayudó mucho a desmitificar el término, a desbloquearlo”, dice
Jota cuando le pregunto cómo el movimiento analiza las políticas de estado
dirigidas a la seguridad de las mujeres, a la reivindicación de sus derechos,
en el proceso político que liderizó Chávez desde 1998. Estos eran otros
tiempos, y el panorama de las múltiples luchas del pueblo encontraba resonancia
en el discurso de este presidente, en el fuerte vínculo de identidad con las
voces silenciadas por la cuarta república, entre ellas, las de las mujeres
pobres.
“Lo
primera fue la ley contra la violencia de la mujer y la familia, que reconocía
4 tipos de violencia, eso fue una alegría inmensa, de ver que había por fin
algo en lo que respaldarse legalmente, esa ley fue promulgada por el presidente
Chávez en el 99. Promovida y revalorada por el grupo de mujeres de Caracas, que
eran las que podían participar en esas cosas. Nosotras participamos del proceso
constituyente, en los debates para que la constitución reconociera las
expectativas específicas de las mujeres. Otra alegría fue cuando se hizo el
reconocimiento del trabajo domestico, el reconocimiento del lenguaje de
inclusión, que nosotras todavía no teníamos bien asimilado. Fue sentir que todo
lo que habíamos luchado tenía un sentido y estaba siendo reconocido dentro del
proceso revolucionario”.
Verónica,
se queda pensando ante la pregunta, sus posiciones suelen ser agudas, críticas
pero justas. Reconoce el proceso en el cual las mujeres pudieron formar parte
de los procesos participativos en la dinámica masiva que el proyecto
bolivariano planteó en primer momento, -nunca será la misma una mujer que
siente que su palabra y su opinión cuentan-, retoma la idea de las mujeres que
en los sectores populares siempre han resguardado la vida, que han cuidado del
agua, de la educación, del diálogo, y como este proceso político les permitió
tener herramientas para transformar sus comunidades, para mejorar las
condiciones de vida, nombra las experiencias de las mesas técnicas de agua y
los consejos comunales, donde la mayoría de las que participan son mujeres.
Valora eso, y suelta “pero finalmente son los pueblos los que hacen las
revoluciones, no los gobiernos”. La esperanza revolucionaria es un concepto que
la circunda, abarcante, casi del tamaño de su piel.
Es
irónico que justo en este tiempo de la nación, el tiempo de este movimiento de
mujeres estuviera un poco quieto, ellas jamás, asumieron responsabilidades que
el mismo proceso histórico las llevó, en instituciones y otras iniciativas
movilizantes, donde –dicen ellas-, nunca dejaron de ser Mujeres por la Vida, “porque
eso es una esencia, un hacer que llevamos a cada uno de los espacios donde
hacemos vida”.