De pequeña no me dejaban ver casi nunca la tele, hablaban
conmigo de las pocas horas que consumía de pantalla en la semana, tras ese
aparato negro siempre hubo un monstruo al que llamaban en mi casa, alienación.
Años después entendí que mientras la tele me invitaba a admirar a una niña
rubia y sometida recordada como Candi Candi, el gobierno les llenaba de plomo
el cuerpo a los estudiantes, y las madres trabajaban tres veces más para comer
una vez al mes carne roja. Perdoné a mis padre por toda la censura,
finalmente y a pesar de todo tenían razón, eran los noventa y no había tintas
medias en este país, -la verdad nunca han existido-. Radicalizas la lucha o te
vas convirtiendo en cómplice de tus enemigos.
El problema no es individual, acudo a la memoria para que no me lleve el
asombro, ni la arrechera, ni la clásica retórica del resentimiento. Hace unos
días al llegar a casa encendí la tele, puse Tves, oh sorpresa…realmente nos
sorprende? Estaba Wiston Vallenilla haciendo gala del papel de estúpido que
asumió interpretar, en una revista mañanera, enlatado de estereotipos, un
supermercado chino de lugares comunes y cliché…entonces una respira profundo,
hace zapping, sigue haciendo zapping, para intentar comprender de qué mala
jugada se trata todo esto, y de cómo en un canal del Estado se empieza a
repetir un Rctv metamorfoseado en el espectro radioeléctrico que según la
constitución nos pertenece a todos y todas.
La industria del entretenimiento ha pasado años estudiando las
maneras más finas, precisas y probadas de atraer al espectador en ese mínimo
instante, segundos apenas en que determinamos qué nos gusta y
qué no nos gusta, qué vamos a consumir esas noche durante al menos
una media hora; si el culo plastideforme de una tipa en plano detalle,
o la rima indescifrable y amenazante del periodista del noticiero.
Los contenidos que consumimos diariamente no nacen de la nada, sabemos que no
son inocentes, nos median, nos filtran el pacer, las definiciones y la
voluntad. ¿hay alternativas?, apagamos la tele?, salimos corriendo? Hacemos
otra tele? Asumimos que esta es una guerra silenciosa y voraz? Sobre estas
preguntas hemos pasado al menos los últimos veinte años de país, ese país que
también existe en la boca de quien se ha cansado de
babiar la misma publicidad y se cansó de hacer el papel de espectador
idiotizado, sobre estas preguntas se han abierto cientos de radios
comunitarias, periódicos pagados a duras penas, cientos de horas de
programación radial, televisiva, documental; sobre esa pregunta hemos querido
desdoblarnos en la certeza de que una revolución también implica otra
comunicación, y que no íbamos a esperar años para empezar a
colocar la balanza de nuestro lado, recuperamos la calle y también
el aparato que nos trajo hasta la idea de accionar frente
a la pantalla nuestro imaginario, el que aún estamos inventando.
Entonces, la culpa es de Winston?, la culpa es del gobierno y su nefasta
política comunicacional? El problema es que no nos sentimos identificados en
esa pantalla, que nuestras luchas, las necesidades comunicativas no aparecen en
la tele y eso nos enoja?...si nos quedamos anclados en eso es porque seguimos
creyendo que somos gobierno, y que desde ese poder determinamos la construcción
de un discurso emancipatorio que apela por la dignidad, la solidaridad y el
apego a las formas expresivas más libertarias.
No, la culpa no es de Winston, la culpa no es ni siquiera de este
gobierno, ni de su política comunicacional negligente…si pudiéramos salir un
poco del letargo en el que estamos sumergidos, si dejáramos de esperar que un
partido nos envíe un mensajito de texto o una invitación formal para reclamar
lo que como pueblo nos pertenece, entonces no nos estaríamos quejando del
imbécil de Winston, ni de Delcy Rodríguez, ni de Nicolás, saldríamos de la
sorpresa cómoda y al menos haríamos un comunicado, como sujetos y sujetas revolucionarios que somos en reclamo
a un uso de nuestro espectro radioeléctrico nacional, que en este momento
asumimos como secuestrado por la industria cultural de la que llevamos años
metiéndole coñazo filosófico, y formación permanente, pero cómo nos cuesta la
acción concreta. Y si no como realizadores o comunicadores populares y alternativos,
al menos como espectadores críticos…tiene que haber alguien que se atreva a
decirles, desde Nicolas para abajo…Acá hay un pueblo que no es pendejo y no se
cala más la subvaloración de nuestra inteligencia, acá hay un pueblo creador,
hermosamente capaz de generar contenidos que hablen desde nuestros dolores y
alegrías, desde nuestras reflexiones más autenticas y ancestrales, acá no
existe más pueblo sometido al imaginario de otra clase.
Nosotros y nosotras hemos dado ejemplo de la diversidad amplia y nutrida
de nuestras luchas, tanto nos ocupa el pan que llevamos a la boca, como el río
que cruza nuestra tierra, tanto nos ocupa el cuerpo como el agua, como el pago
justo, como la semilla limpia, tanto nos ocupa el arte como la ciencia, como el
plano y el color, y la forma y el discurso; porque de todo esto asumimos ser
parte y no testigos. Nada se nos pasa por debajo de la mesa porque ante los
potenciales negociadores de nuestras vidas y los de siempre, peleamos con la
cara lavada, con la legitimidad que nos ha dado este tiempo, las manos que
hemos puesto a la tarea.
Por tanto tenemos el derecho de ajustar cuentas, de seguir colocando la
balanza de nuestro lado en todos los terrenos, también en la imaginación. La
justicia no cae del cielo ni viene empaquetada, la justicia se construye
diariamente y en esa batalla hemos puesto toda la voluntad, la inteligencia, el
amor y la creatividad; el silencio o el murmullo sólo sirve para alimentar las
fauces del oponente histórico, para darle cancha al despotismo, a la sensación
de frustración que invade la conciencia de los que hemos vivido estos últimos
quince años aferrados a la creencia de un gobierno-pueblo-país-Chávez, y nos
hemos quedado con las últimas tres palabras. Si nos detenemos un poco a mirar
todos los elementos nocivos, todas las arrecheras contenidas, los espacios de
los que hemos salido apaleados, las atrocidades de las que somos testigos; y si
eso nos sirviera para creernos capaces de transformar la realidad desde otro
lugar, uno más sincero quizá, más cercano a nuestras prácticas de vida,
entonces es probable que la culpa también sea nuestra, y lo que nos queda por hacer es bastante,
suficiente como para saber que es imposible rendirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario