sábado, 31 de mayo de 2014

CONDUCTAS INSANAS DE LA MENTE II (haciéndole el coro a Ale)

Cuando la gente habla del "amor" , y en mi caso cuando digo -la gente-, me refiero a una amplia gama de hombre y mujeres por encima de los treinta años, escritores, cinéfilos, filósofos, audiovisualeros de toda raza, militantes de las causas justas (estos son excepciones, pues la realidad que se de ha transformar no pasa por el concepto del amor, -eso no se los cree nadie-). Sigo, cuando la "gente" habla del amor pasa como relámpago a traición de la razón, que la imaginación me planta un inmenso globo blanco por encima de sus cabezas, en ese momento de lucidez y franqueza total con que la gente habla del "amor", ese globo toma la dimensión de una pantalla de cine a todo color, por donde pasan las imágenes más estereotipadas, cursis y lugar comuneras que nuestra querida colonización mental nos ha sabido configurar como imaginación.
Es así como podemos en ese ejercicio del escucha, silencio comprensivo de la incondicional, mezclar nuestros recuerdos con una escena erótica de cine italiano, o una canción ochentosa de la trova, o incluso ponemos a interactuar al personaje en cuestión (víctima o verdugo) con nuestra propia experiencia acerca de este pináculo de la vida, "el amor". 
Nos convertimos en una especie de cupido experimental, terapia sin recursos para una conversa de la descarga, estas conversaciones pueden preferiblemente ir acompañadas de los más variados licores, depende siempre del concu-amoroso en cuestión, o de la intensidad de ese "amor" del que hablamos. El siguiente paso suele ser un estadio más bajo de esta construcción cultural del impulso carnal llamado "amor",que es el "despecho", el "guayabo" mejor llamado, ni idea de por qué, lo cual se entiende como la ausencia del "amor", la imposibilidad de, el agotamiento por exceso, por falta o por incomprensión; en todos los casos esta parte de la conversación es siempre más amplia, te puede agarrar en un sofá ajeno hasta las cuatro de la mañana en las posiciones de pierna silente más inverosímiles de la acrobacia trasnochada, o en el despacho del Tercer Mundo con un español machucado de un mesonero asiático al que llamamos durante toda la noche -epa chino!-, y esto pasa porque seguramente los presentes tendrán más experiencia en este eslabón de la vivencia amorosa, que en la primera fase del idilio (entiéndase que en todo momento estamos hablando de los sentires pasionales producidos entre parejas, arrejuntes o peor-es-nada), en algún momento del largo espectáculo de llantos, sorbos del vaso hasta el fondo, colillas de cigarro en cerritos nauseabundos y humeantes, abrazos esporádicos, una se hace la pregunta entre dientes, -carajo pero si tenía cuatro meses con el tipo como puede ser un despecho tal?- o peor aún -pero si todos nos dimos que la tipa no te quería hace tres años, cómo tú no?, será pendejo o qué?-. Una pasa de ser de un cupido a un cruel Pepe Grillo de la razón absoluta, el experimentador precoz, el Paulo Cohelo de la nocturnidad. 
Pero como sabemos cómo termina el cuento, porque lo hemos escuchado mil veces, empezamos a darle la vuelta en esa ruleta rusa infeliz de la suposiciones, -quizá si no hubiera presionado tanto, si tuviera más tiempo, si me hubiera dado cuenta antes no habría perdido estos años de mi vida, si le hubiera parado bolas a la intuición, quizá no era tan mal idea lo de la terapia de pareja, bla bla bla- todo queda en el recóndito escondrijo del fracaso, y esa es la trampa en la que se engarza el escucha, quien en su perdida de visión objetiva o de rol coyuntural pasa a ser también víctima del "guayabo", que debe ser algo así como un estado de la conciencia, un país en otra dimensión, un llegadero, porque el que todos pasamos en tránsito de iniciación al sentido último de la vida, se supone que pasar por esta "prueba" te hará más sabio, -me sirvió para entender muchas cosas de mí- -a veces agradezco que la vida me haya dado este golpe tan fuerte--bla bla bla- , cuando decimos estas frases trilladas, desvinculadas a cualquier carne-alma, en realidad estamos pensando -ese hijo de p...- -por qué seré yo tan idiota, dios mio pero si era tan obvio- -que horror cómo pude pasar tanto tiempo y por qué no se me quita esta vaina ya- -será que todavía- -y si le escribo, noooo, y sí lo llamo, noooo- también bla bla bla. 
Las conductas insanas de la mente en su mejor momento, revolcándose en el atolladero del resentimiento, el filo del quiebre, el despojo absoluto de la soledad desnuda, uno o dos golpes?, aquí es cuando se dispara caoticamente el atragantamiento de la palabra, y ya no nos funciona el guionsito de bajo presupuesto del experimentador precoz, nos hemos quedado con las manos vacías y la garganta seca, viene el llanto, viene la rabia, viene el arrepentimiento. Sí nuestro ahora receptor de misiles odio-mundo, víctima total del desencanto de la humanidad, cumple bien su rol, te consolará con cartones como -pero eso pasó hace ya tiempo negra, no vale la pena que, mejor pidamos otra cerveza, pero si finalmente tu nunca quisiste realmente a ese tipo, es que nunca te has dado el tiempo, bla bla bla- snif snif , acto incomparable del subsuelo, corazones rotos a mi!. La respuesta esperada -tienes razón, no se por qué no puedo superar esta vaina, es que es muy duro, tú entiendes no?- , en esta parte ya no hay globo blanco, todos yacen desinflados por el suelo, por completo rendidos ante el lugar común de la existencia pueril.
Al día siguiente, metro como escenario del relato (en su defecto calle con mucha gente), retrato devuelto por vidriera, ojos hinchados, boca roja, el peso de la culpa astral de la memoria, recuerdas el momento en que decidiste salir del recinto de la intimidad confidencial, dejar a la "gente" con su historia en una mesa, para marcar 04----- , para luego escuchar piiiiiiiiii,piiiiiiiiiii,piiiiiiiiiiii (interminable onomatopeya de la valentía efímera) -su llamada será atendida por el buzón de mensaje-. 

jueves, 8 de mayo de 2014

De una en unas

Crónica de un Movimiento de Mujeres  -  I Parte  

Hay historias que son contadas porque vale la pena saberlas, y porque en el ejercicio de la escritura también se abren ventanas perceptivas que dejan entran pequeñas luces para la vida de quien la cuenta. Para que perduren, las historias nos deben conmover, sean cortas o largas, verosímiles o no, ellas tienen la capacidad de colocarnos en un lugar vivo, para existir con el recuerdo; así es que nos convertimos en presente con la memoria, de ella tomamos palabras para ponerle nombre a las pasiones, a las rabias, a los amores. Esta que les contaré abre su boca para abarcar varios tiempos, varias dimensiones del relato, habla de tiempos de vida individual, de tiempos históricos continentales, de tiempos narrativos del testimonio, tiempos indescifrables, oceánicos casi, tanto como el alma de una mujer.
Confieso que tuve que sentarme a ver cómo corría un agua milenaria por debajo de mis pies, mojé mis manos, las sumergí un poco, y sobre todo escuché. He dejado que el agua resuene en mi cuerpo para que me diga algo, he descubierto que esas voces líquidas que han surcado la tierra para abrir camino las he llevado conmigo en silencio, me han acompañado siempre, esperando que un día empezara a entender los códigos de las mareas altas, y los pechos desnudos de las ancianas.
Más justamente definida esta es la historia de un grupo de mujeres, cada una de ellas es una oralidad vivificante, paisajes enteros las habitan, amplios campos subjetivos, debe ser por eso que decidieron un día llamarse en totalidad Mujeres por la vida. Un hilo invisible me une a ellas, un hilo de sangre y de agua; sobre a todo a dos, una que me dio la vida, y otra que me la salvó; por eso lo que vendrá es nacido puramente de la comprensión del amor, de la niña que fui y la mujer que ahora soy, gracias a ambas puedo decirlo. Me disculpen las cronistas, las sociólogas también. Esta es una crónica narrada desde el corazón, lo demás lo acompaña.

El silencio era parte
Los noventas eran años de silencio, después del estallido social del 89, lo que quedó de cielo fue rentado, y lo que quedó de cuerpo se intentó callar a punta de asesinato y tortura,  todo estaba en venta para el extranjero, el hambre de un pueblo entero fue la ley que el neoliberalismo supo imponer en América Latina, los y las venezolanas no nos escapamos de eso. El detalle que nunca supo entender la clase opresora, es que esa otra clase ninguneada siguió guardando adentro el fuego del 27 de febrero, ahí estaba calcinando la premura de organizarse en un desde abajo traducido en fábricas, en universidades, liceos, vecindarios en voz a cuello. Traducido en pueblo alzado contra las medidas económicas que llevaron a los pobres a ser cada día más pobres, y a los ricos a ser los señores absolutos de una guerra hambreadora y asesina. De esa lucha venía Verónica, y con ella su compañero y su hija, basta una mirada para entender la altivez con que esa mujer recuerda su vida.
Después de dar una vuelta por la feria del libro, en la ciudad de Caracas, nos sentamos a tomarnos un café, sin azúcar para ella, con leche para mí, así fuimos hablando de lo cotidiano, de la política nacional, de la casa, de mi padre y de mi hermano, luego saque el grabador de voz, el REC marcó la diferencia de la que ahora además de mi madre, era una testimoniante, una de las fundadoras de Mujeres por la Vida. El cómo llegó a serlo es lo que nos acerca a la razón determinante de la amistad y la solidaridad como parte fundamental de este Movimiento de mujeres, y de Verónica. 

Impuesta la guerra del silencio en el país, ella llegó a Barquisimeto, ahí se integró a diferentes espacios de participación política de izquierda, Mujeres por la Vida no como otros espacios de militancia, este grupo –cuenta- de algún modo se convirtió en parte de la familia que hizo por opción, pues en ese tiempo a los y las perseguidas políticas les tocó reconstruir sus vidas, trasladarse a territorios del cero, y abrir las puertas necesarias para existir de nuevo.  Un espacio de contención, piensa. Verónica cuenta de ese tiempo con la fuerza de quien ha mirado de cerca la guerra, de quien valora el trozo de tierra que pisa, protege a cuerpo entero ese lugar desde donde habla, -si hay memoria no hay derrota- pasa por mi cabeza. Así llegó a aquella ciudad, así conoció a Jota, a Ana, a Graciela, y con ellas empezó a encontrarse, a mirarse, a entenderse en una dinámica distinta a los espacios políticos de los que Verónica había sido parte antes, donde la mirada de la espiritualidad y la hechura de ser mujer, mujer pobre, no había tenido el valor que desde entonces no ha dejado de tener para ella. Quizás me equivoco, pero Verónica en ese tiempo fue también muy feliz, nosotras, las hijas de esas mujeres también lo fuimos, la alegría era también parte, la supimos compartir como el pan. Las niñas que éramos participábamos en las marchas del movimiento cargando las pancartas “Salud, agua y comida al pobre es prohibida” decían; las calles de La Carucieña eran las venas de una lucha de pasos pequeños, diarios, que hombres y mujeres daban para la  construcción de una sociedad distinta, para entonces la esperanza era una cosa que se armaba como magia del empeño en las cocinas de las casas de estas mujeres mientras hablaban de sus vidas; del otro lado los hombres hablaban de “política”. Jota lo recuerda y se ríe,  después entendieron que parte de su militancia pasaba por el reconocimiento de sus historias, por el acompañamiento paciente y permanente de otras mujeres, por la búsqueda de un lugar para sentirse libres de llorar, contar, cantar, soñar. La “política” tenía que también dar cuenta de la vida, la más llana y concreta.

*
Cuando una habla con Jota, puede reconocer que la sabiduría es esa capacidad de escuchar el torrente de agua milenaria que un día aparece en medio del tiempo de una mujer, abarcándolo todo; entonces una tiene dos opciones, o brincas por encima de la corriente como si fuera un obstáculo, y se te inunda la casa;  o te sientas un segundo a ver qué cosas te dice, a ver qué aprendes. Jota escuchar los códigos de las mareas altas y los convierte en un lenguaje que toca las fibras más dormidas de nuestra imaginación. Lo rectifiqué unos días que fui de visita a su casa.  Majo, hija de Jota y miembra del Movimiento, después de nueves meses de cariño y paciencia, había dado a luz a Eva, Jota era abuela por tercera vez, entonces pasé por allá para conocer a la nueva irreverencia, a la primera mujer del mundo, y ahora última de mi árbol familiar, que como madre, hice por opción. 

Una de esas tardes, Jota me habló de su experiencia en Mujeres por la Vida “…en el año 92, en un contexto muy convulsionado desde el punto de vista político, surgieron muchos intentos de organizarse desde lo autónomo, desde otra parte que no fueran los partidos políticos, lo cual en Barquisimeto tenía una amplia tradición. Nos juntamos hombres y mujeres que veníamos de distintas experiencias, algunos de la parte cristiana, del trabajo de base comunitaria vecinal, y de la ideología asociada a la teología de la liberación; ya yo venía de la experiencia de trabajo con mujeres en el barrio El Trompillo, en la parroquia Unión, donde habíamos trabajado en un grupo de apoyo a mujeres en situación de violencia intrafamiliar… Después yo me inserte en el trabajo comunitario acá en esta zona (La Carucieña), teníamos un trabajo político acá con un colectivo que se llamaba Solidaridad, de ahí empezamos a pensar en la posibilidad de organizar un trabajo con mujeres, era eso, no era organizarnos como mujeres; la visión era de que fuéramos un grupo más que participara en el espacio político de aquí”.

Darse cuenta
Empezar a trabajar a partir de la situación de violencia con otras mujeres de esta comunidad, les permitió darse cuenta de la propia violencia instaurada en sus vidas, entonces más que un acompañamiento hacia afuera, la necesidad era construir un lugar de reconocimiento de las situaciones comunes a cada una de las mujeres que iniciaron esta labor, donde prevaleciera la confianza y la amistad, “juntarnos nos llevó a descubrirnos como mujeres, que no era nada más trabajar para hacer la denuncia del neoliberalismo imperante, sino era también empezar a descubrir nuestras propias opresiones, situaciones, condiciones de vida que también esa era una lucha; que la lucha no era solamente como pobres sino también como mujeres que teníamos condiciones específicas de opresión”. Este elemento es quizá el que diferencia a Mujeres por la Vida de otros movimientos feministas, a pesar de que en ese momento no se consideraban como tal, la lucha que estas mujeres asumieron se fue convirtiendo en el reconocimiento de un sistema de opresión cultural en los rasgos de la cotidianidad, la dominación no sólo de clase sino también de género; ese proceso no fue sencillo, cuentan ellas, muchas se fueron, otras se quedaron, a todas –reconocen- les costó darle valorar al espacio de encuentro semanal, hacerlo prioridad, asumirlo como propio. La conciencia de la desigualdad es un disparador para la transformación de la realidad opresora, y en este caso la realidad era ser mujer pobre en un país capitalista, bajo un gobierno represivo, en una lógica implantada donde otro –hombre- domina a la otra –mujer-. La doble condición de opresión empezó a ser llamada por su nombre, ¿sería al menos un alivio nombrarla?, ¿no lanzarla a un análisis de lo exterior sino sumarla a una interiorización de la vida misma?

La cocina de Ana funcionó como recinto, Verónica recuerda que esas reuniones que hacían primero en la casa de Ana, y que luego turnando en la casa de cada una, lo más placentero era necesidad de verse, de tocarse, de contarse, es así como la “agenda” de reunión se daba en un tiempo mucho menor al compartir posterior alrededor del fuego. Los murales que hizo el movimiento, y que aún resisten a la lluvia y al sol en las paredes de algunas avenidas de Barquisimeto, reflejan esa unión, sus colores lo dicen, la profunda convicción de la revolución desde el sentir, de la solida marejada en que se convirtieron estas mujeres, unas unidas a otras, de los brazos y de las piernas, una fuerza de estallido y de flama permanente. La amistad entre mujeres.

“Empezamos a encontrar en esa cocina, a construir esa calidez de la amistad, después hacíamos actividades que tenían que ver con conocernos más, profundizar en nuestras situaciones personales, en nuestra historia de vida, eso también lo hicimos siempre en esas primeras etapas, había reuniones que no tenían que ver con planificar actividades, sino con conocernos nosotras, y con acompañarnos en nuestras vidas, de ahí fuimos valorando la importancia de la amistad, y sólo después es que descubrimos que el patriarcado actuaba a través de la competencia entre mujeres, entonces le empezamos a dar todavía más fuerza política e ideológica a esto, para nosotras eso era esencial, sin eso no había mujeres por la vida”

Citan a la investigadora mexicana, feminista, Marcela Lagarde, dice ella que “para el patriarcado todas las mujeres somos iguales e indistintas, fácilmente sustituibles unas por otras, y lo que contrarresta eso es la valoración que nos damos a nosotras mismas, y en cada una es valiosa y única.” Identificar la permanente competencia entre mujeres es parte de la lucha contra el patriarcado, uno de las actividades que Mujeres por la Vida guarda en fotos y relatos, es la búsqueda de aquellas mujeres que han formado parte de sus vidas, las más significativas. El agua suena como nunca, el recuerdo y la mirada de mujer lo ha hecho posible.

Para entonces el criminalizado “feminismo”
Verónica y Jota coinciden en que para ese tiempo ellas no se consideraban feministas, ellas que venían luchas comunitarias, y de grupos más radicales, el feminismo era un término lejano, reducido a los claustros académicos, a los cafés de la pequeña burguesía ilustrada; realidades quizá muy distantes a la de mujeres que hacen la compra para la comida del día con lo que alcance, y organizan la distribución del agua que traían las cisternas porque la que sale del chorro era una ilusión de la “ciudad formal”. Sin embargo reconocen los logros que para entonces se hicieron en términos de protección a las mujeres dentro del marco legal de la nación, “el feminismo era algo de las mujeres burguesas, académicas, interesantes, admiradas muchas de ellas porque eran de izquierda, compañeras que dieron la lucha en el año 83, 84 por la reforma del código civil, en ese momento había espacio de mujeres que eran de derecha y de izquierda, que liderizaban reformas constitucionales, generaron la primera ley contra la violencia hacia la mujer”.


Acompañar y formarse para acompañar
El proceso de acompañamiento a mujeres en situación de violencia, estaba determinado en gran medida por la relación afectiva, personal, no existían para entonces instrumentos legales para denunciar la situación de una mujer agredida por su conyugue, el silencio del estado era la condición precisa para el ejercicio del ciclo de la violencia en total impunidad.  “Nosotras empezamos a denunciar esa situación, y encontrarnos nosotras mismas con esas mujeres en situación de violencia, apoyarlas, acompañarlas, no había instrumentos legales, no podíamos recurrir a una fiscalía a hacer una denuncia, era solamente lo que nosotras con ellas podíamos hacer, acompañarlas en su proceso de crecimiento, para que ellas fueran progresivamente asumiendo la soberanía sobre su vida”. 

Las mujeres por la vida tuvieron entonces que formarse para acompañar, generar herramientas, disciplinar la lucha. Cuenta Jota que de los primeros materiales que llegaron a sus manos fueron unos manuales de organización popular de Centro América, que eran para el trabajo con las emociones, con un conjunto de dinámicas para trabajar el miedo, la rabia, la tristeza; era específicamente para trabajar con mujeres en situación de violencia, eran desde la perspectiva de la educación popular. Y lo que marcó un antes y un después en el crecimiento del movimiento fue la llegada María José Commenford al grupo, ella era Ecofeminista, y sus aportes teóricos fueron de gran importancia, “poco a poco nos fuimos dando cuenta del nivel de formación que tenía María José, y sin embargo la humildad tan grande, y el reconocimiento de lo que nosotras éramos, ella siempre nos valoró muchísimo, y se insertó con nosotras como una más; sólo después es que ella empieza a introducir todos los elementos que manejaba, pero fundamentalmente al principio se convirtió en una más, ella fue la que no hizo conocer el patriarcado y el feminismo desde otra óptica, compartir materiales, la oportunidad de traer a Ivonne Guevara, la Ecofeminista de latinoamericana quizás más importante, estuvimos en un taller con ella, después tuvimos la oportunidad de ir a Chile con el Colectivo Conspirando, nuestra participación en las Escuelas de Espiritualidad y Ética Ecofeminista. Eso nos dio la perspectiva feminista, nos empezó a dar un basamento del trabajo que hacíamos, más visión de cuál era el sistema de opresión que estaba detrás de todo eso, que nosotras no lo conocíamos, pero en el principio  fue fundamentalmente lo que venía desde la educación popular para el trabajo con mujeres, eso fue lo que a nosotras primero nos llegó”.

¿Somos feministas?
-¿Entonces hay otro feminismo? ¿Hay varios? ¿Cuál es el que se parece a nosotras?, ¿cuál es el que da respuestas a nuestras búsqueda desde mujeres pobres y revolucionarias? - preguntas como estas se hacían en medio de las conversas, “ y sólo después de las lecturas, y empezar a generar conversaciones con otras compañeras, que a lo mejor no tenían la lectura como una parte importante,  fue como empezar a ver que esto del feminismo no era tan alejado de las mujeres pobres, sin necesidad de decir un día -nos declaramos feministas-, como que nos fue saliendo naturalmente, que éramos feministas y antipatriarcales y que eso era parte de nuestra vida, nos fuimos como metiendo en ese mundo y comprender que el feminismo tenía una cantidad de cosas que aprender que nos daban respuestas a cuestiones de nuestra vida”. Parte de ese acercamiento con otras feministas, desde la lectura, la interpretación e interpelación con la propia realidad individual y de clase, llevó también al cultivo de la espiritualidad, una que permitiera cada vez más liberar, soltar ataduras de un sistema que por siglos ha condenado a las mujeres física y espiritualmente. Hermosas escenas de mujeres sentadas en círculo, tomadas de las manos, en oración diversa, cada quien en la suya, en el silencio de la contemplación, en la risa de la comunión, en la soltura de la sencillez. Esas mismas mujeres que fueron condenadas a cuidar de otros y otras, nunca de sí, miles de años de sueño y paz les debe la humanidad.

Otros tiempos
“Y claro por supuesto que el presidente Chávez se declarara feminista fue una ayuda, aunque sabemos que en su práctica no lo era, pero Chávez decía -dónde hay opresión para yo denunciarla y dónde hay un proyecto de liberación para yo apoyarlo, y si este proyecto de liberación de ustedes se llama feminismo yo soy feminista; eso ayudó mucho a desmitificar el término, a desbloquearlo”, dice Jota cuando le pregunto cómo el movimiento analiza las políticas de estado dirigidas a la seguridad de las mujeres, a la reivindicación de sus derechos, en el proceso político que liderizó Chávez desde 1998. Estos eran otros tiempos, y el panorama de las múltiples luchas del pueblo encontraba resonancia en el discurso de este presidente, en el fuerte vínculo de identidad con las voces silenciadas por la cuarta república, entre ellas, las de las mujeres pobres. 

“Lo primera fue la ley contra la violencia de la mujer y la familia, que reconocía 4 tipos de violencia, eso fue una alegría inmensa, de ver que había por fin algo en lo que respaldarse legalmente, esa ley fue promulgada por el presidente Chávez en el 99. Promovida y revalorada por el grupo de mujeres de Caracas, que eran las que podían participar en esas cosas. Nosotras participamos del proceso constituyente, en los debates para que la constitución reconociera las expectativas específicas de las mujeres. Otra alegría fue cuando se hizo el reconocimiento del trabajo domestico, el reconocimiento del lenguaje de inclusión, que nosotras todavía no teníamos bien asimilado. Fue sentir que todo lo que habíamos luchado tenía un sentido y estaba siendo reconocido dentro del proceso revolucionario”. 

Verónica, se queda pensando ante la pregunta, sus posiciones suelen ser agudas, críticas pero justas. Reconoce el proceso en el cual las mujeres pudieron formar parte de los procesos participativos en la dinámica masiva que el proyecto bolivariano planteó en primer momento, -nunca será la misma una mujer que siente que su palabra y su opinión cuentan-, retoma la idea de las mujeres que en los sectores populares siempre han resguardado la vida, que han cuidado del agua, de la educación, del diálogo, y como este proceso político les permitió tener herramientas para transformar sus comunidades, para mejorar las condiciones de vida, nombra las experiencias de las mesas técnicas de agua y los consejos comunales, donde la mayoría de las que participan son mujeres. Valora eso, y suelta “pero finalmente son los pueblos los que hacen las revoluciones, no los gobiernos”. La esperanza revolucionaria es un concepto que la circunda, abarcante, casi del tamaño de su piel.
Es irónico que justo en este tiempo de la nación, el tiempo de este movimiento de mujeres estuviera un poco quieto, ellas jamás, asumieron responsabilidades que el mismo proceso histórico las llevó, en instituciones y otras iniciativas movilizantes, donde –dicen ellas-, nunca dejaron de ser Mujeres por la Vida, “porque eso es una esencia, un hacer que llevamos a cada uno de los espacios donde hacemos vida”.



A propósito de Pal' Carajo. No morirá la flor de la palabra


“si he dejado de creer en líderes
si la dialéctica se pudre en las cabezas de todos ellos
(y en la mía por supuesto)
si la unidad es un sofisma
si el partido deviene tertulia de burócratas y afines
si hasta aquí me trajo el río
entonces tendré que contradecir al río
y seguir aferrada a mis convicciones
aun en contra de mi pequeñez”
Lydda Franco Farías
No hablaré en nombre de mi generación, los diálogos del transcurso del tiempo en los cuerpos, están compuestos de abstracciones tales como el color, la sombra, y la sensación de una respiración en la nuca. Y sin embargo, apelo a los duelos y a las texturas que nos hermanan en las fracciones de historia (esa otra abstracción parecida a círculos o a líneas que van desde la punta de la cabeza hasta nuestros pies). Nadie dijo que sería fácil partir, recogerse, mirar en detalle, gritar, totalizar la vida en el derecho a no poner las dos mejillas. Nadie dijo que colocarse en un lugar de la tierra y defenderlo a todo cuerpo, a todo corazón, no nos expondría.
Ni hablaré del crimen que en la calle impone la muerte y la miseria de una clase ajena al sentir y razón de toda vida en justicia, de todo horizonte posible para nuestros hijos e hijas, ese es cantar de otras luces, para los soldados del horror nuestro más profundo desprecio, nuestra más fuerte convicción de lucha. Hablaré en cambio de otro tipo de crimen, al que le cae el peso unos cuantos años de “militancia” pagada, de “activismo” ministerial, hablaré para los “militantes” de la Diego Ibarra y el callejón, para los jalabolas, para los habladores de manual, para los burócratas “alternativos”, para los hijos de la pantalla, para los mediocres de la idea de cartón, de la vida de cartón, de los sueños de cartón, para los colaboradores por omisión, para los corruptos, para los acomodados, para los delatores.  Para ellos la palabra visceral, escupiente, -les hablo en en términos del asco-
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La dignidad. Ese el inicio de un lugar desde donde mirar, para juntar las manos, para existir. En los ochenta mi abuela iba a la prensa a denunciar la desaparición de sus hijos, el allanamiento de su hogar, la persecución, el miedo a la muerte de los suyos, y eso seguro no los salvó, pero en sus once partos cabía entera la palabra –dignidad- y si eso implicaba ir a todos los rincones del mundo a denunciar la infamia, ella estaría ahí, ella y su dignidad. Los manuales de “buena conducta revolucionaria” no explican cómo mantenernos dignos ante el empuje de la miseria, ante la ceguera generalizada, ante el cinismo, y la estafa; eso se aprende con los golpes del andar - afuera las manos son posibles porque crean-. Mi abuela era analfabeta, campesina y cuidadora, hoy sus hijos son comunistas, más por ella que por Marx. 

Cuántos años ha tenido este pueblo la cabeza alta, como Domitila? Y cuántos golpes bajos, látigo de hambre y de explotación ha soportado con los ojos abiertos?, tiene o no tiene derecho a decir desde su arrechera cuando sea necesario? Puede o no puede reivindicar la armonía de los pocos pasos que pudimos ponernos de acuerdo para avanzar? Que tire la primera piedra quien se comió el cuento del discurso de la “tolerancia” (que invisibiliza, cubre, silencia), de la palabra en buena lid, de la misa en que se ha convertido el discurso de lo oficial, de la manera correcta de “decir”, la colonizada manera de pensar. Todo empezó el día en que creíamos en que realmente una lucha de clases podía encarnarse en una revolución “pacífica”, en que las estructuras podridas de la burguesía nos servirían para construir una sociedad nueva.

“Te pego pero dejo que te masturbes”, así suena la lógica de un poder atornillado de pie en el estancamiento de la eterna transición, atornillamiento que habla hueco en el oído pasivo del pueblo, mientras lo saquea en nombre de dios padre, de dios hombre, de dios supremo-hombre. Ese hombre que llamamos Comandante cabía en caudal de río en nuestras bocas, porque de él venimos iguales, porque la misma rabia nos unía, la misma irreverencia; porque ese tipo era de nuestra propia carne, eirukû le dirían los wayuu (nuestra carne, nuestro clan); ¿y eso acaso nos anuló la cualidad de la invención, la idea propia, el ingenio en mirada prospectiva de una sociedad distinta? ¿O por el contrario nos permitió abrir puertas, internas puertas del ajustamiento de nuestra conciencia?

Yo me pregunto si acaso veremos pasar de brazos cruzados la venta de lo que durante años nos luchamos, a costa del agotamiento, a costa de la paciencia, a costa de la armadura cotidiana? Y es que acaso someteremos nuestra arrechera al silencio del miedo a las represalias del poder?. Me pregunto si entonces habría que colocar un punto en la historia de un país que ha sido signo de fuego, porque ni quinientos años de colonización nos han quitado el arrebato de un caribe latiente en las sienes; ¿cuántas veces más dejaremos que vendan nuestra tierra, el cuerpo y la vitalidad de los que vendrán? ¿Seguirán trabajando para el rico en medio de una fantasía retórica de igualdad y justicia?, ¿serán las víctimas de los carteles, de la mafia, de la corrupción, del inagotable (nunca detenido) saqueo de nuestro estómago, saqueo de nuestras almas, saqueo de nuestras conciencias? –¿lo seguiremos siendo?. Y les pregunto, a los defensores de las migas que caen de las mesas de “paz”, ¿le harán la jugada sucia al poder? ¿Colocarán los nombres del que se arrecha legítimamente ante la venta de nuestro destino, al otro lado de la acera para justificar la represión, el hostigamiento? ¿Someterán su palabra a la defensa de lo indefendible? 

El maldito estancamiento de la pasión paridora, el pacto a ciegas que hicimos nos puso de puños abajo, ¿será que realmente nos quedaremos en silencio? ¿Y de cuál silencio hablamos? ¿El del miedo, el de la resignación, el de mediocre y cobarde sincronía con el baile del poder?. Ruido, debe venir el ruido. Los planetas se hicieron de ruido, los mares en fondo son ruido, los vientres de las mujeres que aman son de ruido, las revoluciones nacieron del ruido, de la rabia y de la rebeldía. Los sumisos, los vendidos, los cobardes que se queden en su nido de voluntad corrompida, en su pataleo de formas correctas, pisa pasitos.


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Yo recuerdo haber llorado en medio de una avenida de esta ciudad, llena de un rojo profundo, sinceramente hermanado con la memoria, abierto el pecho porque ahí, en ese inmenso aire, espeso de sudor, de herida reivindicada, había un suelo donde sembrar algo. Del cielo de las testas, del cielo de la fuerza común, vi caer semillas, vi sujetar la tierra en la posibilidad de un campo de árboles alzados, rompiendo azul la blancura de la tarde que Simón soñó traicionado y solo en Santa Marta, y que Aquiles susurraba sobre su caballo de colores. Yo vi hombres y mujeres- país, yo vi la terca dignidad sostener una nación expoliada…es así, desde el asco que me causa su silencio, su comodidad, su cobardía, que yo también les digo que se pueden ir al carajo. Me quedo con mi dignidad, me quedo con Domitila.