Lo que el público reclama es la imagen de la pasión,
no la pasión misma
Roland
Barthes, Mitologías
El cine porno nos metió en la
cabeza durante generaciones que para la práctica de uno de los actos más
naturales del ser humano, como el sexo, tan culturalmente básico como la
preparación del alimento, como la producción del fuego, teníamos que tener
sendas tetas y sendas piernas; a los
hombres les dijo que tenían que poner esa cara neutra y estéril (por demás ridícula) para conquistar a una
tipa, para cogérsela concretamente. Es sexo prefabricado, un signo indetenible que se reproduce (no porque
nazca sino porque se repite) generando la satisfacción del consumo de la
imagen, de la sustitución del acto por la representación del mismo. Así el
deseo se redujo a la visión en la
pantalla, a la máscara. No importa ser consciente de la puesta en escena para tomar
distancia; importa lo que genera; y eso no es una metáfora, es un símil
inflado, la representación exagerada del acto, más es mejor.
La industria cultural del capital
supo sacarle jugo a la imagen de un mismo acto reproducida mil veces, luego
comentada, repetida y transformada en el relato, en la imaginación, en la
proyección de sí mismo y de otro. En
este plano somos consumidores no decodificadores de un mensaje, todo está dado
y explícito, no hay desciframiento. Entonces la realidad -la real- se vuelve
una frustrante búsqueda de esa representación, nos volvemos el circo, la puesta
en escena. La vida pasa a ser es un
escenario donde cumplimos papeles que nos lleven del extra a la estrella porno,
nos sometemos a ese enorme filtro imposible.
Cambiemos entonces los conceptos
y no hablemos de sexo, hablemos de política. Porque sólo desde ese campo del
show de la imagen, de la representación a ultranza, de la colocación exacta de
una composición visual que mueve el morbo y el consumo visual más individual y
profundo, que hurga en el yo profundo; es que podemos entender a un Leopoldo
López parado al lado de una estatua de Martí en la capital de un país en
“revolución”. El juego empieza cuando prendemos el aparatico para sentir que
somos parte de algo, con la necesidad enfermiza de “conocer”, de “saber” cuando
encendemos la pantalla, esa angustia de saturarnos de información, de validar
las fuentes, de la conversación agotada, repetidora de rumores; toda esa
euforia comunicativa, que irresponsablemente asumimos como tarea, como “la
trinchera” única del movimiento popular. Esto nos ubica en una realidad en la
que el peso de la política está depositado en la representación, en la imagen
del contenido, y finalmente en la pérdida del contenido. Barthes lo dijo así:
“Este vaciamiento de la interioridad en provecho de sus signos exteriores, este
agotamiento del contenido por la forma”. El terror llega en fragmentos, la contraofensiva también, y eso nos paraliza.
¿Salir a la calle para el
chavismo sigue siendo necesidad real de sabernos muchos en un mismo empuje? En
una misma historia emancipadora? O es una logística de producción de la imagen?
Del sexo prefabricado? LLenamos avenidas con cientos de cámaras que
reproducirán el entusiasmo hasta convertirlo en un archivo inagotable de una
expresión reducida a una pantalla?, que se revienta en el discurso del
oficialismo, que es el mismo discurso que se ha sabido posicionar en las
vocerías de la mayoría de los movimientos políticos populares. El fascismo
sigue matando a nuestra gente (la sangre siempre es de la misma gente), y eso tiene
que dejar de ser la suma para el pote de la repetición, para el raiting. En qué
momento dejamos de darnos el beso antes de desnudarnos? O nunca nos lo dimos? Creo que sí, que en la bonitura, que también es arrechera, en la
juntura que nos convoca en cualquier espacio donde nos reconocemos igualmente
jodidos y dispuesto a lanzar al menos una patada, a pegar al menos un grito;
nos lo dimos. En qué momentos dejamos de lado el ritual de la rebeldía? El 13
de abril fue un inmenso acto erótico, corporal, físico, vivido, escalofriante,
entregado al absoluto deseo de la libertad.
El porno. La pornopolítica nos coloca en el
papel del interlocutor que atiende y espera, que hace lo políticamente
correcto, que hace héroes de la revolución a los animadores de la tele, que
convierte el liderazgo en necesidad de aplauso, en fábula que pierde y se
desgasta. Que no reconoce el proceso transformativo como esfuerzo de la
cotidianidad sino como espectáculo, como llegadero. El entusiasmo (el germen de
la revuelta, la creencia en las manos propias, el fuego adentro) se
institucionaliza, se mediatiza, se neutraliza. Aquí vale igual un Wiston que un
Juancho, que un Ché Guevara, porque se proyecta desde la misma pantalla, en la
misma imposición desmedida monocromática.
El fascismo, el que siempre ha
estado, ni siquiera son los carajitos que andan quemando la calle, como si
hubieran ganado el derecho, como si esta lucha no fuera también territorial, y
para eso bastante ejemplo hay para dar, porque resulta que nuestra mártires,
los que llenaron las cárceles de la cuarta, los que nos cuidaron, los que nos
hicieron hijos de la consecuencia; con ellos conocimos el rostro del fascismo,
ese no es un cuento nuevo para este pueblo. Y el problema no es que todos los
medios coloquen las fotos de los carajitos tirando piedras, en ese sentido la
derecha lo tiene muy claro, ellos son los incitadores, la plataforma de una
razón más histórica, más despótica, esa que tiene la capacidad de someter a una
nación entera al terror del sicariato. Seguiremos pensando que los sicarios,
los asesinos concretos, son los papasitos o las mamitas de bloqueador solar?,
sujetos que no pueden mantener un discurso coherente ni siquiera en defensa de
su propia clase. O es que el problema es más complejo? pero el porno no se enreda mucho, eso es mete
y saca, gritico y acaba. La pornopolítica no está dispuesta a poner al menos en
debate, la presencia paramilitar en nuestro país, la intervención gringa no
viene en soldaditos cayendo en paracaídas, viene de la mano de la miseria, de
la mano del narcotráfico, quién está dispuesto a parar el coito representado
para denunciar los acuerdos donde no hay diferenciación de un lado y otro? En la
caja de pandora no hay protagonista y antagonista.
Entonces, ¿de qué plan de
pacificación hablamos? La criminalización de la pobreza es parte, también el asumir
que la paz es la neutralización de todo conflicto, incluido el de clases. Y el
reviente está dentro del pueblo de siempre, desde sus diversas facciones de
acción y conciencia, internalizado, con la necesidad de salir a gritarle al
fascismo que lo que hemos construido en unos cuantos años, antes y con Chávez, lo vamos a defender
a pecho abierto. Un reviente donde no cabe la idea de la diplomacia burguesa,
ni de los evidentes acuerdos en la panacea de lo público. Cuánta memoria guarda
un pueblo que se ha enfrentado a su enemigo histórico de las maneras más
inverosímiles, ingeniosas y aguerridas, que se puedan contar para la historia
de las luchas en América Latina? Tendríamos que ubicarnos en esa cúspide de lo
que hemos sido, de la voluntad que no es cifra electoral sino empuje orgánico,
autogestionario, creativo y terco; ese que Chávez supo descifrar y ser parte.
Van cuatro muertos, un poco de
heridos, y sus cuerpos se traslucen en las pantallas como muñecos, mañana los
olvidaremos? Cuánto afecta a la memoria la reproducción infinita del hecho?
Cuando comienza a volverla cosa, producto, parodia? Y nuestra rabia?
Permitiremos que la rabia que implica el enfrentamiento de clases, se convierta
en una promo de tv, en un ascenso de moderador a ministro? en un juego
discursivo del voy y vengo? En un comunicado tímido y “objetivo”?. Permitiremos
una vez más que el fascismo de la derecha nos marque la agenda de lucha?
Permitiremos que un Leopoldo López se convierta en mártir de una fábula? Qué
papel haremos ahora en la porno?
Tenemos que decir, hay un tejido
constituido y desplegados en nuestra tierra, que está hecho de empeño y de
conocimiento, de trabajo y solidaridad, hay una nueva sociedad forjándose, y
eso no lo hemos perdido, lo cuidamos como un niño para que crezca, le
espantamos las amenazas del terror y de la apatía, a ese niño le hemos venido a
cantar, le hemos poco a poco dado la mano para que camine, no hay desesperanza
institucionalizada que le quiebre las piernas, ni odio fascista que lo ciegue. Lo
estamos preparando para que sepa luego reconocer su cuerpo sin representación,
a que asuma la política como la vida, y la militancia en el enamoramiento. Le
negaremos el derecho a la desnudez simple, viva?
Una doña arrecha decía ante la
pantalla, -se coló por fin un gesto autentico- “Nosotros tenemos el alma más
grande que puede tener un pueblo, que es dignidad”. Vamos pues, no esperemos el
aplauso.