viernes, 7 de febrero de 2014

Carta para un hombre que no merece una carta II Parte


                                                        Las palabras

Este tiempo que narro es distinto y en la distancia es el mismo, una sola ola que lo empapa todo. Y está cargado de palabras, un orden de palabras que va al centro del pecho, de ahí  hasta de la punta de los pies. Palabras que colapsan en la desembocadura. Querencias y odios se hicieron sobre todo de palabras.
En el reojo puedo reconocer el peso del dolor, le doy formas para tragarmelo, para que el estómago aguante la factura de la roto. No hiere tanto en la distancia. Así puedo al menos ponerme guantes y un traje, coserme las costuras cada vez que se abren. Tu recuerdo tiene un efecto de espuma que lo derrama todo y cae el suelo encharcandolo. Rápido y desagradable como la espuma turbia de la orillas de los ríos que se estancan. Se debe quizá al hecho de que sólo contigo no he podido huir. -enfrentarme al miedo- interminablemente enfrentarme, hasta perder el miedo?...hasta transformarlo. Igual no te pondré nombre, tampoco esta vez, quiero pensar que hablo siempre en el subconsciente del pasado. No hablo de ti, hablo de lo que fuiste para mi.
No estamos obligados a perdonar, igual intentamos hacerlo para seguir viviendo, finalmente queremos todos el "reino de los cielos". La memoria hace su función de borrado y lo agradecemos. Difumina la imágen, podemos así cerrar los ojos sin que nos ataquen en pleno día los fantasmas representados en colores, texturas y formas. Sin embargo hay abismos que te marcan, directo al matadero como las vacas. Los abismos del miedo, tendrás miedo tú también?. Esa respuesta me es negada, y mejor así.
 A esta altura puedo entender que la mente es capaz de fabricar a partir de la expectativa (de lo irreal) imaginarios completos, armados con detalles, un lego que va colocando bloque a bloque los personajes, los escenarios, los resultados esperados. Fui protagonista de esa fantasía. No ame a un hombre, ame sus palabras. Ame el mundo de sus palabras. Por eso han pesado tanto, incluso más que tú.
El terreno donde exististe, fue, ha sido, un lugar espinoso, agúdo. Nada está a salvo en los límites, eres o eres, y para ser expones el cuerpo, expones el alma. Mirarte, estarte, era vértigo. 
Dije que había recuperado mi cuerpo. Digo ahora que nunca lo recuperé del todo. Lo expuse contigo a un hueco cálido donde de vez en cuando lanzaban sobre mí jarrones de agua fría para despertarme, para sacarme de la fantasía. Imgino un cuerpo-feto doblado sobre sí mismo, en ese hueco cálido, esperando que el agua acabara con todo de una vez, sintiendo el frío venir desde el centro de la espalda. Quería morirme, no hubo pataleo que dijera lo contrario.
Nada de eso cambió, ni siquiera con los nacimientos. Creo que es una gran ironía que me fueras matando y a la vez me dieras vida. Cuando ella llegó hace tiempo que esa fantasía se había destruido por sí sola, hicimos lo posible por pisarla por si se le ocurría de nuevo levantarse.
Desde niña no pude establecer una relación tranquila con mi cuerpo, siempre hubo algo mal o ignorado. Desde entonces le temo a la desnudez. Procuré hacerme cargo de lo que podía colocar frente al espejo sin pudor, hice de mi cabeza un mundo infinito, intranquilo. Me atormenté con eso. Así no aprendí a bailar, ni a usar tacones. Preferí el silencio, los libros, la gente-libros, las palabras. 
Ese cuerpo empezó a crecer de manera abrumadora, casi inmanejable, hacia el frente, queriendo salirse de mí, queriendo gritar con la piel, con el saco que luego de 9 meses fue una niña. Para una mujer que no hizo conciencia de su cuerpo esta metamorfosis es una cachetada con la otra mejilla. Luego entendí que lo que más temía no era a mi cuerpo sino a la imagen que tú tenías de él (aquí volvemos al punto en el que pesan las palabras). Demostraste odiarlo, con el énfasis que sólo logran los que se odian un poco a sí mismos. 
He querido volver a mirar ese cuerpo para darle un beso. He soñado abrazarme y volverme tú, tu personaje, para quererme, para acompañar todas las horas infinitas en que aprendí a tolerar la soledad, o en la que aprendí a odiarla. Mi cuerpo nunca fue tan hermoso, ahora lo se. Ahora que no puedo volver atrás para quererlo, lo se. Estaba más viva que nunca.
Vértigo. Sellos -recuerdos- sellos. Cargamos ambos un peso del dolor tan grande que nos comió un poco el sentido de la existencia. Hay pasajes que no se borran, por más agua que caiga sobre el rostro, por más llanto con función de vacío, hay pasajes que insisten en permaneces. Hacen orificios diminutos por donde se escapa el espíritu (si es que existe algo como eso).
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Tenía ya un cuerpo desplegado en dos, el vientre era un un grito...Llamé, llamé, llamé muchas veces, y la imposibilidad de escuchar tu voz siempre era el mismo desciframiento; el desprecio, el odio, la soledad, el llanto. Atendiste, eras ese ser transfigurado en un torrente de despreciable egoismo, de infelicidad despótica. Calculo que era como media noche, un poco menos; salí de la oficina y crucé la calle para tomar un taxi. Como el azar del universo lo dispone, -estos azares caen como plomos del acierto -rompiendo esta y otras fantasías-; del otro lado de la calle estabas tú, un paso tras otro, -la verguenza- que hace al que se siente culpable bajar la cabeza al suelo. No eras tú quien bajaba la cabeza, era una mujer que tampoco tendrá nombre en esta carta. Bajará siempre la cabeza?. Esa noche se extendió por casi dos meses. Ese cuerpo negado, expandido, ahora estaba también inmovil, el polluelo quería salirse de su nido, allá dentro no soportaba la presión que le imponía el dolor. Imagino una sangre que se iba descomponiendo mientras avanzaba por sus pequeñas venas, un latido ofuscador que golpeaba en los oídos de esa niña despierta, a la espera. Suponía un tiempo de calma para no dejar a la muerte hacer su papel en la historia.
Suele pensarse, en la sociedad dependiente y tóxica, que los hijos salvan relaciones, que estos además deben cargar con ese peso tan injusto. El gesto cobarde de poner a los hijos como chivos expiatorios, sacrificados en nombre de "el amor". Las familias, que son constucción cultural, no sentencia biológica, puedes escogerla a lo largo de la vida; es así como tú, que colocaste tus genes en el ser que más he amado, no eres, nunca fuiste, mi familia; y ella lo es por completo. Ella y yo fuimos un bloque unido, se rompió el mito, y eso no nos hace víctimas, nos fortalece. El imaginario que despunta una mujer que no necesita representación simbólica de la familia tradicional es incalculable. De ahí empezaron -y como cuestan- las maneras más feroces del desapego. No hay fantasía posible.
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Palabras. Lo que queda y siempre hubo fue palabras, excesivas, desparramadas, buscando herir, querer, herir de nuevo, perdonar, ser perdonado, culpar, mentir. Años de palabras. Años de palabras-espinas. Habrá silencio? Algún día despertaremos y no habrá nada qué decir? callaremos algún día? cuán justo sería abrir los ojos, cerrarlos, volver ha abrirlos, y que nada pase, que nada estalle, que no crezca la espuma turbia. Que se acaben las palabras.

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