Eso es lo que decía esta tarde después de pasar horas, muchas horas frente a una pantalla, explorando, haciendo gimnasia con la paciencia, una tras otra las imagenes, nos mostraban unas calles irreconocibles, un odio al que nos hemos venido acostumbrando de un tiempo para acá. Y eso no nos deja más que un peso en el centro del alma, una tristeza casi inmanejable. Y una comparte y recibe información, tanta, tan terrible toda, que los muertos, que los heridos, que los destrozos, que las conspiraciones, se vuelven nuestro tema de sobre mesa, sobre baño, sobre café, sobre sexo, sobre amanecer. Eso hace que naturalicemos. Esta es la guerra. Paralizarnos en la búsqueda de una justicia que otros harán por nosotros, esperar a ver qué pasa, calmarse, respirar, soportar, dejar pasar las horas, aguantar que nuestros hijos no puedan llegar a la escuela, temer por sus vidas, temer por las vidas propias y las de nuestros más queridos iguales. Entonces una escucha una palabra que suena resonante en la dignidad propia, una piensa que la cosa no está tan mal, que los altos niveles de conciencia nos dan muestra del montón de años que tiene la historia de las luchas del hombre y la mujer haciendo fuego en la boca de generaciones enteras, que la derrota es una palabra injusta y tajante, una palabra que entiende la vida como segmentos, vainas que empiezan y se acaban.
Entonces le buscamos metáforas a la lucha para poder despertarnos al día siguiente, el cielo no es límite, la respiración de nuestro cuerpo tampoco, el horizonte es un lugar simbólico que nos hemos clavado en la razón, en el anhelo, para seguir viviendo. Lo cierto es que duele, que hay días en los que sólo vemos el rostro del odio y sus consecuencias. Y es que el rostro del odio no es tan simple como parece, ese es un odio de clase que ha estado mermandose en el desprecio más cotidiano hacia el otro que no soy yo, juegan ahí sentimientos profundamente arraigados que creo aún no terminamos de entender, que nos asombran porque nos acercan a un escenario del horror que nos negamos a aceptar de nuevo.
Los que crecimos en la consecuencia del 89 sabemos que la esperanza es lo último que nos quitarán, sabemos que cuidar el alma es parte de entender que nos hizo la historia de un pueblo en lucha, en ese punto las opcion de vida es una sola, resistir ante el horror es la tarea que aprendimos como destino. Nosotros que pudimos decir nuestro nombre en mayúscula ante cualquier escenario, después que a un tipo llamado Chávez se le ocurrio crecer a la izquierda, se le ocurrio gobernar desde esa certeza y para una mayoría, ese pueblo que ahí estaba callado, pudo gritar su verdad, nosotros fuimos, hemos sido un mismo parto. Y en esa apuesta crecimos, nos hicimos la idea de soñar en el ejercicio nutrido de construir una sociedad distinta, así le debemos el aire clarito a cientos de hombres y mujeres que pusieron su carne y su fe, que también se clavaron un horizonte en la razón, que lo hicieron desde donde pudieron y con las manos propias, esa sobrevivencia en lo reducido de los embates de la clandestinidad, del desapego, de la entrega y de la esperanza, nos dejaron el espacio para salirle al paso al horror, para consumar un tiempo de lo posible. El 13 de abril nos encontró en el alivio de sabernos vivos aún, por eso las entregas verdaderas no dependen del momento correcto, de lo políticamente adecuado, nosotros nos jugamos lo que nos enseñaron, el tránsito que somos en la disciplina de nuestra conciencia.
Esta tierra que nos habita ha sabido desde el silencio asumir que la sangre siempre es nuestra, y eso nos carcome, nos ha dejado doliendo los huesos. La fuerza es otra palabra, en ella cabe dignidad con todas sus letras, mi abuela llevaba a todos sus muchachos limpios a la escuela porque su dignidad de pobre sostenía las piernas de esos niños que ahora son hombres, aprendieron de ella, ahora se sostienen solos. Mi padre me llevaba a volar papagayos a unas cuadras de casa y ese momento era hermoso porque él nunca dejó de ser digno y libre, mi madre abraza como los árboles y por eso su risa siempre fue abierta, el horror nunca pudo con sus dos brazos cubriendolo todo. De qué historia venimos? con qué andamos del ombligo a los pies? del espíritu a la lengua?, eso es lo que tenemos, ese es nuestro combate, no volveremos a quedarnos sin nombre, no seremos mártires de nuestro tiempo, y lo único que nos han dejado tener hasta ahora es la verdad de una inmensa juntura de los muchos empujando al mismo tiempo, sabemos cómo se ve, sabemos cómo es pararse en medio de una calle y colocar nuestra mano en la de otro para andar, y eso lo hemos gritado en las paredes también, lo llevan nuestros hijos en su calma cuando duermen.
seguimos queriendo...
NO VOLVERAN
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