viernes, 21 de febrero de 2014

La pornopolítica (a propósito de la coyuntura)


Lo que el público reclama es la imagen de la pasión, no la pasión misma
Roland Barthes, Mitologías

El cine porno nos metió en la cabeza durante generaciones que para la práctica de uno de los actos más naturales del ser humano, como el sexo, tan culturalmente básico como la preparación del alimento, como la producción del fuego, teníamos que tener sendas tetas  y sendas piernas; a los hombres les dijo que tenían que poner esa cara neutra y estéril  (por demás ridícula) para conquistar a una tipa, para cogérsela concretamente. Es sexo prefabricado, un  signo indetenible que se reproduce (no porque nazca sino porque se repite) generando la satisfacción del consumo de la imagen, de la sustitución del acto por la representación del mismo. Así el deseo se redujo a la  visión en la pantalla, a la máscara. No importa ser consciente de la puesta en escena para tomar distancia; importa lo que genera; y eso no es una metáfora, es un símil inflado, la representación exagerada del acto, más es mejor. 

La industria cultural del capital supo sacarle jugo a la imagen de un mismo acto reproducida mil veces, luego comentada, repetida y transformada en el relato, en la imaginación, en la proyección de sí mismo y de otro.  En este plano somos consumidores no decodificadores de un mensaje, todo está dado y explícito, no hay desciframiento. Entonces la realidad -la real- se vuelve una frustrante búsqueda de esa representación, nos volvemos el circo, la puesta en escena.  La vida pasa a ser es un escenario donde cumplimos papeles que nos lleven del extra a la estrella porno, nos sometemos a ese enorme filtro imposible. 

Cambiemos entonces los conceptos y no hablemos de sexo, hablemos de política. Porque sólo desde ese campo del show de la imagen, de la representación a ultranza, de la colocación exacta de una composición visual que mueve el morbo y el consumo visual más individual y profundo, que hurga en el yo profundo; es que podemos entender a un Leopoldo López parado al lado de una estatua de Martí en la capital de un país en “revolución”. El juego empieza cuando prendemos el aparatico para sentir que somos parte de algo, con la necesidad enfermiza de “conocer”, de “saber” cuando encendemos la pantalla, esa angustia de saturarnos de información, de validar las fuentes, de la conversación agotada, repetidora de rumores; toda esa euforia comunicativa, que irresponsablemente asumimos como tarea, como “la trinchera” única del movimiento popular. Esto nos ubica en una realidad en la que el peso de la política está depositado en la representación, en la imagen del contenido, y finalmente en la pérdida del contenido. Barthes lo dijo así: “Este vaciamiento de la interioridad en provecho de sus signos exteriores, este agotamiento del contenido por la forma”. El terror llega en fragmentos,  la contraofensiva también, y eso nos paraliza. 

¿Salir a la calle para el chavismo sigue siendo necesidad real de sabernos muchos en un mismo empuje? En una misma historia emancipadora? O es una logística de producción de la imagen? Del sexo prefabricado? LLenamos avenidas con cientos de cámaras que reproducirán el entusiasmo hasta convertirlo en un archivo inagotable de una expresión reducida a una pantalla?, que se revienta en el discurso del oficialismo, que es el mismo discurso que se ha sabido posicionar en las vocerías de la mayoría de los movimientos políticos populares. El fascismo sigue matando a nuestra gente (la sangre siempre es de la misma gente), y eso tiene que dejar de ser la suma para el pote de la repetición, para el raiting. En qué momento dejamos de darnos el beso antes de desnudarnos?  O nunca nos lo dimos? Creo que sí, que en  la bonitura, que también es arrechera, en la juntura que nos convoca en cualquier espacio donde nos reconocemos igualmente jodidos y dispuesto a lanzar al menos una patada, a pegar al menos un grito; nos lo dimos. En qué momentos dejamos de lado el ritual de la rebeldía? El 13 de abril fue un inmenso acto erótico, corporal, físico, vivido, escalofriante, entregado al absoluto deseo de la libertad.

 El porno. La pornopolítica nos coloca en el papel del interlocutor que atiende y espera, que hace lo políticamente correcto, que hace héroes de la revolución a los animadores de la tele, que convierte el liderazgo en necesidad de aplauso, en fábula que pierde y se desgasta. Que no reconoce el proceso transformativo como esfuerzo de la cotidianidad sino como espectáculo, como llegadero. El entusiasmo (el germen de la revuelta, la creencia en las manos propias, el fuego adentro) se institucionaliza, se mediatiza, se neutraliza. Aquí vale igual un Wiston que un Juancho, que un Ché Guevara, porque se proyecta desde la misma pantalla, en la misma imposición desmedida monocromática.  

El fascismo, el que siempre ha estado, ni siquiera son los carajitos que andan quemando la calle, como si hubieran ganado el derecho, como si esta lucha no fuera también territorial, y para eso bastante ejemplo hay para dar, porque resulta que nuestra mártires, los que llenaron las cárceles de la cuarta, los que nos cuidaron, los que nos hicieron hijos de la consecuencia; con ellos conocimos el rostro del fascismo, ese no es un cuento nuevo para este pueblo. Y el problema no es que todos los medios coloquen las fotos de los carajitos tirando piedras, en ese sentido la derecha lo tiene muy claro, ellos son los incitadores, la plataforma de una razón más histórica, más despótica, esa que tiene la capacidad de someter a una nación entera al terror del sicariato. Seguiremos pensando que los sicarios, los asesinos concretos, son los papasitos o las mamitas de bloqueador solar?, sujetos que no pueden mantener un discurso coherente ni siquiera en defensa de su propia clase. O es que el problema es más complejo?  pero el porno no se enreda mucho, eso es mete y saca, gritico y acaba. La pornopolítica no está dispuesta a poner al menos en debate, la presencia paramilitar en nuestro país, la intervención gringa no viene en soldaditos cayendo en paracaídas, viene de la mano de la miseria, de la mano del narcotráfico, quién está dispuesto a parar el coito representado para denunciar los acuerdos donde no hay diferenciación de un lado y otro? En la caja de pandora no hay protagonista y antagonista. 

Entonces, ¿de qué plan de pacificación hablamos? La criminalización de la pobreza es parte, también el asumir que la paz es la neutralización de todo conflicto, incluido el de clases. Y el reviente está dentro del pueblo de siempre, desde sus diversas facciones de acción y conciencia, internalizado, con la necesidad de salir a gritarle al fascismo que lo que hemos construido en unos cuantos  años, antes y con Chávez, lo vamos a defender a pecho abierto. Un reviente donde no cabe la idea de la diplomacia burguesa, ni de los evidentes acuerdos en la panacea de lo público. Cuánta memoria guarda un pueblo que se ha enfrentado a su enemigo histórico de las maneras más inverosímiles, ingeniosas y aguerridas, que se puedan contar para la historia de las luchas en América Latina? Tendríamos que ubicarnos en esa cúspide de lo que hemos sido, de la voluntad que no es cifra electoral sino empuje orgánico, autogestionario, creativo y terco; ese que Chávez supo descifrar y ser parte. 

Van cuatro muertos, un poco de heridos, y sus cuerpos se traslucen en las pantallas como muñecos, mañana los olvidaremos? Cuánto afecta a la memoria la reproducción infinita del hecho? Cuando comienza a volverla cosa, producto, parodia? Y nuestra rabia? Permitiremos que la rabia que implica el enfrentamiento de clases, se convierta en una promo de tv, en un ascenso de moderador a ministro? en un juego discursivo del voy y vengo? En un comunicado tímido y “objetivo”?. Permitiremos una vez más que el fascismo de la derecha nos marque la agenda de lucha? Permitiremos que un Leopoldo López se convierta en mártir de una fábula? Qué papel haremos ahora en la porno?

Tenemos que decir, hay un tejido constituido y desplegados en nuestra tierra, que está hecho de empeño y de conocimiento, de trabajo y solidaridad, hay una nueva sociedad forjándose, y eso no lo hemos perdido, lo cuidamos como un niño para que crezca, le espantamos las amenazas del terror y de la apatía, a ese niño le hemos venido a cantar, le hemos poco a poco dado la mano para que camine, no hay desesperanza institucionalizada que le quiebre las piernas, ni odio fascista que lo ciegue. Lo estamos preparando para que sepa luego reconocer su cuerpo sin representación, a que asuma la política como la vida, y la militancia en el enamoramiento. Le negaremos el derecho a la desnudez simple, viva?

Una doña arrecha decía ante la pantalla, -se coló por fin un gesto autentico- “Nosotros tenemos el alma más grande que puede tener un pueblo, que es dignidad”. Vamos pues, no esperemos el aplauso.


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