jueves, 8 de mayo de 2014

De una en unas

Crónica de un Movimiento de Mujeres  -  I Parte  

Hay historias que son contadas porque vale la pena saberlas, y porque en el ejercicio de la escritura también se abren ventanas perceptivas que dejan entran pequeñas luces para la vida de quien la cuenta. Para que perduren, las historias nos deben conmover, sean cortas o largas, verosímiles o no, ellas tienen la capacidad de colocarnos en un lugar vivo, para existir con el recuerdo; así es que nos convertimos en presente con la memoria, de ella tomamos palabras para ponerle nombre a las pasiones, a las rabias, a los amores. Esta que les contaré abre su boca para abarcar varios tiempos, varias dimensiones del relato, habla de tiempos de vida individual, de tiempos históricos continentales, de tiempos narrativos del testimonio, tiempos indescifrables, oceánicos casi, tanto como el alma de una mujer.
Confieso que tuve que sentarme a ver cómo corría un agua milenaria por debajo de mis pies, mojé mis manos, las sumergí un poco, y sobre todo escuché. He dejado que el agua resuene en mi cuerpo para que me diga algo, he descubierto que esas voces líquidas que han surcado la tierra para abrir camino las he llevado conmigo en silencio, me han acompañado siempre, esperando que un día empezara a entender los códigos de las mareas altas, y los pechos desnudos de las ancianas.
Más justamente definida esta es la historia de un grupo de mujeres, cada una de ellas es una oralidad vivificante, paisajes enteros las habitan, amplios campos subjetivos, debe ser por eso que decidieron un día llamarse en totalidad Mujeres por la vida. Un hilo invisible me une a ellas, un hilo de sangre y de agua; sobre a todo a dos, una que me dio la vida, y otra que me la salvó; por eso lo que vendrá es nacido puramente de la comprensión del amor, de la niña que fui y la mujer que ahora soy, gracias a ambas puedo decirlo. Me disculpen las cronistas, las sociólogas también. Esta es una crónica narrada desde el corazón, lo demás lo acompaña.

El silencio era parte
Los noventas eran años de silencio, después del estallido social del 89, lo que quedó de cielo fue rentado, y lo que quedó de cuerpo se intentó callar a punta de asesinato y tortura,  todo estaba en venta para el extranjero, el hambre de un pueblo entero fue la ley que el neoliberalismo supo imponer en América Latina, los y las venezolanas no nos escapamos de eso. El detalle que nunca supo entender la clase opresora, es que esa otra clase ninguneada siguió guardando adentro el fuego del 27 de febrero, ahí estaba calcinando la premura de organizarse en un desde abajo traducido en fábricas, en universidades, liceos, vecindarios en voz a cuello. Traducido en pueblo alzado contra las medidas económicas que llevaron a los pobres a ser cada día más pobres, y a los ricos a ser los señores absolutos de una guerra hambreadora y asesina. De esa lucha venía Verónica, y con ella su compañero y su hija, basta una mirada para entender la altivez con que esa mujer recuerda su vida.
Después de dar una vuelta por la feria del libro, en la ciudad de Caracas, nos sentamos a tomarnos un café, sin azúcar para ella, con leche para mí, así fuimos hablando de lo cotidiano, de la política nacional, de la casa, de mi padre y de mi hermano, luego saque el grabador de voz, el REC marcó la diferencia de la que ahora además de mi madre, era una testimoniante, una de las fundadoras de Mujeres por la Vida. El cómo llegó a serlo es lo que nos acerca a la razón determinante de la amistad y la solidaridad como parte fundamental de este Movimiento de mujeres, y de Verónica. 

Impuesta la guerra del silencio en el país, ella llegó a Barquisimeto, ahí se integró a diferentes espacios de participación política de izquierda, Mujeres por la Vida no como otros espacios de militancia, este grupo –cuenta- de algún modo se convirtió en parte de la familia que hizo por opción, pues en ese tiempo a los y las perseguidas políticas les tocó reconstruir sus vidas, trasladarse a territorios del cero, y abrir las puertas necesarias para existir de nuevo.  Un espacio de contención, piensa. Verónica cuenta de ese tiempo con la fuerza de quien ha mirado de cerca la guerra, de quien valora el trozo de tierra que pisa, protege a cuerpo entero ese lugar desde donde habla, -si hay memoria no hay derrota- pasa por mi cabeza. Así llegó a aquella ciudad, así conoció a Jota, a Ana, a Graciela, y con ellas empezó a encontrarse, a mirarse, a entenderse en una dinámica distinta a los espacios políticos de los que Verónica había sido parte antes, donde la mirada de la espiritualidad y la hechura de ser mujer, mujer pobre, no había tenido el valor que desde entonces no ha dejado de tener para ella. Quizás me equivoco, pero Verónica en ese tiempo fue también muy feliz, nosotras, las hijas de esas mujeres también lo fuimos, la alegría era también parte, la supimos compartir como el pan. Las niñas que éramos participábamos en las marchas del movimiento cargando las pancartas “Salud, agua y comida al pobre es prohibida” decían; las calles de La Carucieña eran las venas de una lucha de pasos pequeños, diarios, que hombres y mujeres daban para la  construcción de una sociedad distinta, para entonces la esperanza era una cosa que se armaba como magia del empeño en las cocinas de las casas de estas mujeres mientras hablaban de sus vidas; del otro lado los hombres hablaban de “política”. Jota lo recuerda y se ríe,  después entendieron que parte de su militancia pasaba por el reconocimiento de sus historias, por el acompañamiento paciente y permanente de otras mujeres, por la búsqueda de un lugar para sentirse libres de llorar, contar, cantar, soñar. La “política” tenía que también dar cuenta de la vida, la más llana y concreta.

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Cuando una habla con Jota, puede reconocer que la sabiduría es esa capacidad de escuchar el torrente de agua milenaria que un día aparece en medio del tiempo de una mujer, abarcándolo todo; entonces una tiene dos opciones, o brincas por encima de la corriente como si fuera un obstáculo, y se te inunda la casa;  o te sientas un segundo a ver qué cosas te dice, a ver qué aprendes. Jota escuchar los códigos de las mareas altas y los convierte en un lenguaje que toca las fibras más dormidas de nuestra imaginación. Lo rectifiqué unos días que fui de visita a su casa.  Majo, hija de Jota y miembra del Movimiento, después de nueves meses de cariño y paciencia, había dado a luz a Eva, Jota era abuela por tercera vez, entonces pasé por allá para conocer a la nueva irreverencia, a la primera mujer del mundo, y ahora última de mi árbol familiar, que como madre, hice por opción. 

Una de esas tardes, Jota me habló de su experiencia en Mujeres por la Vida “…en el año 92, en un contexto muy convulsionado desde el punto de vista político, surgieron muchos intentos de organizarse desde lo autónomo, desde otra parte que no fueran los partidos políticos, lo cual en Barquisimeto tenía una amplia tradición. Nos juntamos hombres y mujeres que veníamos de distintas experiencias, algunos de la parte cristiana, del trabajo de base comunitaria vecinal, y de la ideología asociada a la teología de la liberación; ya yo venía de la experiencia de trabajo con mujeres en el barrio El Trompillo, en la parroquia Unión, donde habíamos trabajado en un grupo de apoyo a mujeres en situación de violencia intrafamiliar… Después yo me inserte en el trabajo comunitario acá en esta zona (La Carucieña), teníamos un trabajo político acá con un colectivo que se llamaba Solidaridad, de ahí empezamos a pensar en la posibilidad de organizar un trabajo con mujeres, era eso, no era organizarnos como mujeres; la visión era de que fuéramos un grupo más que participara en el espacio político de aquí”.

Darse cuenta
Empezar a trabajar a partir de la situación de violencia con otras mujeres de esta comunidad, les permitió darse cuenta de la propia violencia instaurada en sus vidas, entonces más que un acompañamiento hacia afuera, la necesidad era construir un lugar de reconocimiento de las situaciones comunes a cada una de las mujeres que iniciaron esta labor, donde prevaleciera la confianza y la amistad, “juntarnos nos llevó a descubrirnos como mujeres, que no era nada más trabajar para hacer la denuncia del neoliberalismo imperante, sino era también empezar a descubrir nuestras propias opresiones, situaciones, condiciones de vida que también esa era una lucha; que la lucha no era solamente como pobres sino también como mujeres que teníamos condiciones específicas de opresión”. Este elemento es quizá el que diferencia a Mujeres por la Vida de otros movimientos feministas, a pesar de que en ese momento no se consideraban como tal, la lucha que estas mujeres asumieron se fue convirtiendo en el reconocimiento de un sistema de opresión cultural en los rasgos de la cotidianidad, la dominación no sólo de clase sino también de género; ese proceso no fue sencillo, cuentan ellas, muchas se fueron, otras se quedaron, a todas –reconocen- les costó darle valorar al espacio de encuentro semanal, hacerlo prioridad, asumirlo como propio. La conciencia de la desigualdad es un disparador para la transformación de la realidad opresora, y en este caso la realidad era ser mujer pobre en un país capitalista, bajo un gobierno represivo, en una lógica implantada donde otro –hombre- domina a la otra –mujer-. La doble condición de opresión empezó a ser llamada por su nombre, ¿sería al menos un alivio nombrarla?, ¿no lanzarla a un análisis de lo exterior sino sumarla a una interiorización de la vida misma?

La cocina de Ana funcionó como recinto, Verónica recuerda que esas reuniones que hacían primero en la casa de Ana, y que luego turnando en la casa de cada una, lo más placentero era necesidad de verse, de tocarse, de contarse, es así como la “agenda” de reunión se daba en un tiempo mucho menor al compartir posterior alrededor del fuego. Los murales que hizo el movimiento, y que aún resisten a la lluvia y al sol en las paredes de algunas avenidas de Barquisimeto, reflejan esa unión, sus colores lo dicen, la profunda convicción de la revolución desde el sentir, de la solida marejada en que se convirtieron estas mujeres, unas unidas a otras, de los brazos y de las piernas, una fuerza de estallido y de flama permanente. La amistad entre mujeres.

“Empezamos a encontrar en esa cocina, a construir esa calidez de la amistad, después hacíamos actividades que tenían que ver con conocernos más, profundizar en nuestras situaciones personales, en nuestra historia de vida, eso también lo hicimos siempre en esas primeras etapas, había reuniones que no tenían que ver con planificar actividades, sino con conocernos nosotras, y con acompañarnos en nuestras vidas, de ahí fuimos valorando la importancia de la amistad, y sólo después es que descubrimos que el patriarcado actuaba a través de la competencia entre mujeres, entonces le empezamos a dar todavía más fuerza política e ideológica a esto, para nosotras eso era esencial, sin eso no había mujeres por la vida”

Citan a la investigadora mexicana, feminista, Marcela Lagarde, dice ella que “para el patriarcado todas las mujeres somos iguales e indistintas, fácilmente sustituibles unas por otras, y lo que contrarresta eso es la valoración que nos damos a nosotras mismas, y en cada una es valiosa y única.” Identificar la permanente competencia entre mujeres es parte de la lucha contra el patriarcado, uno de las actividades que Mujeres por la Vida guarda en fotos y relatos, es la búsqueda de aquellas mujeres que han formado parte de sus vidas, las más significativas. El agua suena como nunca, el recuerdo y la mirada de mujer lo ha hecho posible.

Para entonces el criminalizado “feminismo”
Verónica y Jota coinciden en que para ese tiempo ellas no se consideraban feministas, ellas que venían luchas comunitarias, y de grupos más radicales, el feminismo era un término lejano, reducido a los claustros académicos, a los cafés de la pequeña burguesía ilustrada; realidades quizá muy distantes a la de mujeres que hacen la compra para la comida del día con lo que alcance, y organizan la distribución del agua que traían las cisternas porque la que sale del chorro era una ilusión de la “ciudad formal”. Sin embargo reconocen los logros que para entonces se hicieron en términos de protección a las mujeres dentro del marco legal de la nación, “el feminismo era algo de las mujeres burguesas, académicas, interesantes, admiradas muchas de ellas porque eran de izquierda, compañeras que dieron la lucha en el año 83, 84 por la reforma del código civil, en ese momento había espacio de mujeres que eran de derecha y de izquierda, que liderizaban reformas constitucionales, generaron la primera ley contra la violencia hacia la mujer”.


Acompañar y formarse para acompañar
El proceso de acompañamiento a mujeres en situación de violencia, estaba determinado en gran medida por la relación afectiva, personal, no existían para entonces instrumentos legales para denunciar la situación de una mujer agredida por su conyugue, el silencio del estado era la condición precisa para el ejercicio del ciclo de la violencia en total impunidad.  “Nosotras empezamos a denunciar esa situación, y encontrarnos nosotras mismas con esas mujeres en situación de violencia, apoyarlas, acompañarlas, no había instrumentos legales, no podíamos recurrir a una fiscalía a hacer una denuncia, era solamente lo que nosotras con ellas podíamos hacer, acompañarlas en su proceso de crecimiento, para que ellas fueran progresivamente asumiendo la soberanía sobre su vida”. 

Las mujeres por la vida tuvieron entonces que formarse para acompañar, generar herramientas, disciplinar la lucha. Cuenta Jota que de los primeros materiales que llegaron a sus manos fueron unos manuales de organización popular de Centro América, que eran para el trabajo con las emociones, con un conjunto de dinámicas para trabajar el miedo, la rabia, la tristeza; era específicamente para trabajar con mujeres en situación de violencia, eran desde la perspectiva de la educación popular. Y lo que marcó un antes y un después en el crecimiento del movimiento fue la llegada María José Commenford al grupo, ella era Ecofeminista, y sus aportes teóricos fueron de gran importancia, “poco a poco nos fuimos dando cuenta del nivel de formación que tenía María José, y sin embargo la humildad tan grande, y el reconocimiento de lo que nosotras éramos, ella siempre nos valoró muchísimo, y se insertó con nosotras como una más; sólo después es que ella empieza a introducir todos los elementos que manejaba, pero fundamentalmente al principio se convirtió en una más, ella fue la que no hizo conocer el patriarcado y el feminismo desde otra óptica, compartir materiales, la oportunidad de traer a Ivonne Guevara, la Ecofeminista de latinoamericana quizás más importante, estuvimos en un taller con ella, después tuvimos la oportunidad de ir a Chile con el Colectivo Conspirando, nuestra participación en las Escuelas de Espiritualidad y Ética Ecofeminista. Eso nos dio la perspectiva feminista, nos empezó a dar un basamento del trabajo que hacíamos, más visión de cuál era el sistema de opresión que estaba detrás de todo eso, que nosotras no lo conocíamos, pero en el principio  fue fundamentalmente lo que venía desde la educación popular para el trabajo con mujeres, eso fue lo que a nosotras primero nos llegó”.

¿Somos feministas?
-¿Entonces hay otro feminismo? ¿Hay varios? ¿Cuál es el que se parece a nosotras?, ¿cuál es el que da respuestas a nuestras búsqueda desde mujeres pobres y revolucionarias? - preguntas como estas se hacían en medio de las conversas, “ y sólo después de las lecturas, y empezar a generar conversaciones con otras compañeras, que a lo mejor no tenían la lectura como una parte importante,  fue como empezar a ver que esto del feminismo no era tan alejado de las mujeres pobres, sin necesidad de decir un día -nos declaramos feministas-, como que nos fue saliendo naturalmente, que éramos feministas y antipatriarcales y que eso era parte de nuestra vida, nos fuimos como metiendo en ese mundo y comprender que el feminismo tenía una cantidad de cosas que aprender que nos daban respuestas a cuestiones de nuestra vida”. Parte de ese acercamiento con otras feministas, desde la lectura, la interpretación e interpelación con la propia realidad individual y de clase, llevó también al cultivo de la espiritualidad, una que permitiera cada vez más liberar, soltar ataduras de un sistema que por siglos ha condenado a las mujeres física y espiritualmente. Hermosas escenas de mujeres sentadas en círculo, tomadas de las manos, en oración diversa, cada quien en la suya, en el silencio de la contemplación, en la risa de la comunión, en la soltura de la sencillez. Esas mismas mujeres que fueron condenadas a cuidar de otros y otras, nunca de sí, miles de años de sueño y paz les debe la humanidad.

Otros tiempos
“Y claro por supuesto que el presidente Chávez se declarara feminista fue una ayuda, aunque sabemos que en su práctica no lo era, pero Chávez decía -dónde hay opresión para yo denunciarla y dónde hay un proyecto de liberación para yo apoyarlo, y si este proyecto de liberación de ustedes se llama feminismo yo soy feminista; eso ayudó mucho a desmitificar el término, a desbloquearlo”, dice Jota cuando le pregunto cómo el movimiento analiza las políticas de estado dirigidas a la seguridad de las mujeres, a la reivindicación de sus derechos, en el proceso político que liderizó Chávez desde 1998. Estos eran otros tiempos, y el panorama de las múltiples luchas del pueblo encontraba resonancia en el discurso de este presidente, en el fuerte vínculo de identidad con las voces silenciadas por la cuarta república, entre ellas, las de las mujeres pobres. 

“Lo primera fue la ley contra la violencia de la mujer y la familia, que reconocía 4 tipos de violencia, eso fue una alegría inmensa, de ver que había por fin algo en lo que respaldarse legalmente, esa ley fue promulgada por el presidente Chávez en el 99. Promovida y revalorada por el grupo de mujeres de Caracas, que eran las que podían participar en esas cosas. Nosotras participamos del proceso constituyente, en los debates para que la constitución reconociera las expectativas específicas de las mujeres. Otra alegría fue cuando se hizo el reconocimiento del trabajo domestico, el reconocimiento del lenguaje de inclusión, que nosotras todavía no teníamos bien asimilado. Fue sentir que todo lo que habíamos luchado tenía un sentido y estaba siendo reconocido dentro del proceso revolucionario”. 

Verónica, se queda pensando ante la pregunta, sus posiciones suelen ser agudas, críticas pero justas. Reconoce el proceso en el cual las mujeres pudieron formar parte de los procesos participativos en la dinámica masiva que el proyecto bolivariano planteó en primer momento, -nunca será la misma una mujer que siente que su palabra y su opinión cuentan-, retoma la idea de las mujeres que en los sectores populares siempre han resguardado la vida, que han cuidado del agua, de la educación, del diálogo, y como este proceso político les permitió tener herramientas para transformar sus comunidades, para mejorar las condiciones de vida, nombra las experiencias de las mesas técnicas de agua y los consejos comunales, donde la mayoría de las que participan son mujeres. Valora eso, y suelta “pero finalmente son los pueblos los que hacen las revoluciones, no los gobiernos”. La esperanza revolucionaria es un concepto que la circunda, abarcante, casi del tamaño de su piel.
Es irónico que justo en este tiempo de la nación, el tiempo de este movimiento de mujeres estuviera un poco quieto, ellas jamás, asumieron responsabilidades que el mismo proceso histórico las llevó, en instituciones y otras iniciativas movilizantes, donde –dicen ellas-, nunca dejaron de ser Mujeres por la Vida, “porque eso es una esencia, un hacer que llevamos a cada uno de los espacios donde hacemos vida”.



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